martes, 1 de septiembre de 2015

La leyenda del Colorado Garritano por Lucas Debandí



El colorado Garritano empezó con los camiones desde chico. Tenía un tío metido en una empresa de transporte y lo hizo entrar de chofer a los veinte. Le costó ahorrar para el primer camión, porque le encantaba vivir al día, salir varias veces por semana y que su vieja lo despertara con la comida caliente. Cuando empezó a ver guita grande se compró un cero kilómentro, se arregló los dientes y se envalentonó para encararse a la piba Carlucci, que le había gustado desde la secundaria. La persiguió casi dos años hasta que le dio bola por insistidor. Salieron algunos meses y, cuando lo iban a dejar, el colorado le prometió renunciar a la noche, hacer deporte, serle fiel y una sarta de mentiras que compensó con mucha plata gastada en regalos, cenas y algunos viajes afrodisíacos. La batalla por retenerla se tensó durante algunos años. Tanto, que se terminó peleando con la familia de ella y con la suya: su propia madre le juró que no le iba a hablar nunca más. Las salidas nocturnas (que nunca se le ocurrió abandonar) le habían quedado reducidas exclusivamente a sus viajes en el camión, que duraban cada vez más días con sus respectivas noches. Un día la piba Carlucci amaneció embarazada. El colorado Garritano pidió un préstamo y se fueron a vivir juntos, a una casa bien puesta de un barrio acomodado. Ella tuvo una nena, y él le puso Eugenia, que significa la bien nacida. A partir de ese momento, la obsesión del camionero pasó a ser una sola: el Scania R730 V8. Era el camión más potente del mundo y acababa de salir al mercado. Ocho cilindros en V con 16.4 litros de cilindrada. 730 caballos de vapor a 1.900 revoluciones por minuto. El colorado soñaba todas las noches con una banda de caballos con el cuerpo de vapor que bajaban por la cordillera y corrían libres por las pampas hasta fundirse en el Atlántico. Llegó a meter hasta cinco viajes al mes, pero entre las deudas y la joda apenas le alcanzaba para hacer una diferencia, y el Scania se alejaba en el horizonte. Se quedó pelado, pero lo disimulaba con un tratamiento capilar y una gorra azul, que dejaba salir los rulos rojos que todavía le abundaban en la nuca. Casi se resigna, pero un colega le presentó a un brasilero que le ofrecía muy buena plata por meter en la carga unos paquetes grandes y cerrados para cruzarlos por la frontera, con la única condición de no preguntar que había adentro. Casi dos años estuvo contrabandeando vaya a saber qué, hasta que juntó la que hacía falta para el bicho de ocho cilindros. Cuando por fin lo vio se enamoró. Arregló con el brasilero para pasar más paquetes que lo habitual y se fue de gira por Bolivia y Paraguay. Una noche en un cabaret pensó que quizás le convenía llamar a su mujer para no preocuparla, nunca se había ido por tanto tiempo. Pero se arrepintió: “Me ha aguantado tantas, me va a aguantar una más”. Estaba equivocado. Cuando llegó de vuelta a su patio, después de un mes afuera, el pasto le llegaba por las rodillas. La casa desde afuera parecía abandonada, y el auto no estaba. De entre los yuyos lo sorprendió su perro, que parecía sucio, y le ladraba como si no lo conociera. Abrió la puerta llamando a su mujer con la voz entrecortada, pero apenas entró se encontró con la casa totalmente vacía, sin un solo mueble. Ni siquiera una nota: nada. Con la cara desencajada, volvió a salir al patio, como buscando algo que le confirmara lo que ya sabía perfectamente. Desde el cielo empezaron a caer las primeras gotas de una tormenta de verano. El camionero sintió que todos sus logros eran de cartón pintado, y la lluvia lo estaba poniendo en evidencia. Se encontró con el torso de su vecino sin remera, que acababa de cortar el césped y se asomaba por encima del arbusto que dividía las dos casas.
– Apenas usted se fue llegó el flete. Se llevó todo la susodicha, calcule que tuvo que hacer tres viajes. ¡Y era de los fletes grandes eh! Encima lo dejó solo al perro, a mi me dio una lástima el pobre animal… Igual no se preocupe que yo de vez en cuando le convido alguna sobra, hambre no ha pasado.
–  ¿Y Eugenia? ¿Se la llevó a Eugenia la hija de puta?
– Se la llevó. No creo que se la deje ver, estaba muy enojada. Pero no se haga problema mi amigo, esa chica no era hija suya.

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