jueves, 24 de septiembre de 2015

Los restos de comida por Un tal Lukas






Leonardo apoya su pasaporte en el ojo digital mientras espera el equipaje en el salón vacío. Camina despacio hacia la ciudad. Se cree dueño de su vida al respirar el  perfume de los álamos sembrados. En el almacén compra cocaína y un líquido llamado ánima. En  su hogar, Erika lo recibe con sus ojos de silicona color violeta, su cuerpo es de plástico. Se sienta en el sillón de cuero. Relajado admira la tierra desde la ventana de cristal. Deja el teléfono sobre la mesa de cerámica y marca un número conocido.

Alma atiende su celular, por pura casualidad, entre cloacas abarrotadas, montañas de basura y edificios sin ventanas protegidos con telas viejas. El olor a podrido no le causa náuseas. Luego de bañarse con el agua marrón que sale de la ducha, sostiene en sus manos una toalla amarillenta. Busca los cigarrillos junto al cenicero.

-Usted tiene una llamada por cobrar desde la luna, ¿acepta?- dice la operadora en el teléfono.
-Acepto- responde Alma.    

Sus piernas se balancean en el abismo sucio que la rodea. Apenas tiene veinte años pero ya siente como el aire oxida la piel cubierta de manchas, también sus esperanzas. Se mira el rostro en el  espejo. Su sexo es esa  pregunta que no responde. Sabe que cada paso dado, es un suspiro final, una maldición insoportable. Quiere suicidarse y amar al mismo tiempo.
-Soy Leonardo Tapia Herrera- dice la voz del otro lado del teléfono.

 Deja el celular en alta voz mientras vierte tres gotas de ánima sobre los auriculares. Con la mano derecha hace girar  un vaso de Whisky.

-Yo lo maté- responde ella.

Después se mira la mano derecha lastimada por la lluvia ácida.  Enciende  velas. No hay electricidad en el planeta por la explosión atómica de Embalse. Las sirenas de las patrullas tiñen la ciudad, sus edificios viejos, el cuerpo de Alma.

-¿Qué sintió señorita al asesinarme?- pregunta Leonardo. 

En el barrio privado ubicado en la luna, los molinos de energía eléctrica iluminan el hogar de Leonardo.  Conoce frente al  espejo ese cuerpo nuevo: sin arrugas, atlético, limpio, sin cocaína, sin nicotina. Lo descubrieron los oficiales en la morgue. Olvida que todavía lleva en el cerebro marcas de una adicción no superada. Mira hacia la oscuridad del living: alguien lo vigila.Discute con Erika aunque ella no responde. La odia,  desea arrancar las ropas de ese espectro llamado mujer y penetrarla para luego  convertirla en basura. Ella asiente con la sonrisa perfecta de un ser sin alma.

Alma, anonadada, tose y vuelve a sentir el olor rancio de la ciudad. Piensa en su navaja afilada, en la soledad, en los años que pasó sin hablar ni tocar a otra persona. Siente placer al verse a sí misma en situaciones extremas. Se excita por el rose de la piel desnuda sobre personas corruptas; goza si hunde el cuchillo en entrañas desconocidas mientras la sangre salta sobre ella. Arranca el corazón del enemigo con las manos. Saciada, tiembla por múltiples orgasmos.
Una neblina  verde recorre el basural, las avenidas destrozadas, los caseríos de lata, los autos oxidados, luego entra por la ventana mientras Alma tose. Humedece sus dedos sobre la vagina sin recordar el amor. Cierra los ojos e incluso piensa en las personas que nunca la acariciaron; después llora. Gira por el monoambiente hasta marearse. Se recuesta sobre la cama, se entrega a fantasmas conocidos y abraza las sabanas sucias halladas en la basura. Otra vez cierra los ojos sin alcanzar el sueño. Ya no lo soporta, desea amar sin tantos miedos, sin violencia.
- Usted está muerto- es lo único que puede decir.
-Solo los pobres mueren. ¿Sabe que es ese olor señorita?- pregunta él.
Se refugia bajo la mesa. Enciende los sistemas de seguridad y luego cierra las persianas. Tiembla. Insulta a Erika, cree que por su culpa ellos se encuentran en peligro. Ella sin saber qué hacer, solo se  desnuda frente al amo. Leonardo se levanta para caminar apresurado por el suelo de mármol. Si se detiene el enemigo lo matará. Vigila el living, transpira pero tiene frio.
-Sí, el perfume  de los cadáveres- responde.

Alma siente otra vez nauseas por el olor  putrefacto. Contempla las cintas del basural donde se escucha cómo los engranajes oxidados, arrastran cenizas de perdedores hacia el Río Suquía. El ataque silencioso de  los edificios no dejó  espacio para los cementerios. Recuerda que sus manos amarillas por la nicotina cargaron el cuerpo de Leonardo dentro de una bolsa. Lo ablandó con agua, sal, luego lo picó con el cuchillo. Tiró los restos incomibles a la basura, cerebro, ojos y otros órganos. Repartió empanadas  a linyeras y oficiales, también guardó algo para ella. Ayer se alimentó de Leonardo: es eso o padecer hambre.

Los  ojos de Leonardo  giran inquietos por el living. Los percibe, están en todas partes, mira varias veces ese universo de plástico y petróleo. Se esconde en el baño y no enciende la luz. Odia a Erika que cocina cordero con especies. Es  culpable.

-Usted pronto abandonará el mundo. Necesitábamos tiempo- asegura otra vez tranquilo sentado sobre la mesa de marfil. 


La comunicación se corta. Asqueada por el olor de la ciudad, Alma cierra las ventanas. Respira el ánima que se esparció por todo el departamento. Sus pies tiemblan, la cabeza golpea el suelo. Sangra aunque no pierde la conciencia. De la piel brotan burbujas verdes. Siente el dolor recorrer su carne, grita, gira sobre el piso pero el ardor aumenta entonces  gime hasta ver los dedos separarse de la piel.  Descubre el reflejo de su cuerpo en las cloacas. No sabe si lo imagina o lo siente. Cierra los ojos y pierde el conocimiento. No respira ni siente los huesos. Ahora es basura como el resto de las personas. Los guardianes encontrarán su cuerpo en unas horas.

Un Tal Lukas, 24 de septiembre del 2015

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