Leonardo
apoya su pasaporte en el ojo digital mientras espera el equipaje en el salón
vacío. Camina despacio hacia la ciudad. Se cree dueño de su vida al respirar el
perfume de los álamos sembrados. En el
almacén compra cocaína y un líquido llamado ánima. En su hogar, Erika lo recibe con sus ojos de
silicona color violeta, su cuerpo es de plástico. Se sienta en el sillón de
cuero. Relajado admira la tierra desde la ventana de cristal. Deja el teléfono
sobre la mesa de cerámica y marca un número conocido.
Alma
atiende su celular, por pura casualidad, entre cloacas abarrotadas, montañas de
basura y edificios sin ventanas protegidos con telas viejas. El olor a podrido
no le causa náuseas. Luego de bañarse con el agua marrón que sale de la ducha,
sostiene en sus manos una toalla amarillenta. Busca los cigarrillos junto al
cenicero.
-Usted
tiene una llamada por cobrar desde la luna, ¿acepta?- dice la operadora en el
teléfono.
-Acepto-
responde Alma.
Sus
piernas se balancean en el abismo sucio que la rodea. Apenas tiene veinte años
pero ya siente como el aire oxida la piel cubierta de manchas, también sus
esperanzas. Se mira el rostro en el
espejo. Su sexo es esa pregunta
que no responde. Sabe que cada paso dado, es un suspiro final, una maldición
insoportable. Quiere suicidarse y amar al mismo tiempo.
-Soy
Leonardo Tapia Herrera- dice la voz del otro lado del teléfono.
Deja el celular en alta voz mientras vierte
tres gotas de ánima sobre los auriculares. Con la mano derecha hace girar un vaso de Whisky.
-Yo
lo maté- responde ella.
Después
se mira la mano derecha lastimada por la lluvia ácida. Enciende velas. No hay electricidad en el planeta por
la explosión atómica de Embalse. Las sirenas de las patrullas tiñen la ciudad,
sus edificios viejos, el cuerpo de Alma.
-¿Qué
sintió señorita al asesinarme?- pregunta Leonardo.
En
el barrio privado ubicado en la luna, los molinos de energía eléctrica iluminan
el hogar de Leonardo. Conoce frente al espejo ese cuerpo nuevo: sin arrugas, atlético,
limpio, sin cocaína, sin nicotina. Lo descubrieron los oficiales en la morgue.
Olvida que todavía lleva en el cerebro marcas de una adicción no superada. Mira
hacia la oscuridad del living: alguien lo vigila.Discute con Erika aunque ella
no responde. La odia, desea arrancar las
ropas de ese espectro llamado mujer y penetrarla para luego convertirla en basura. Ella asiente con la sonrisa
perfecta de un ser sin alma.
Alma,
anonadada, tose y vuelve a sentir el olor rancio de la ciudad. Piensa en su
navaja afilada, en la soledad, en los años que pasó sin hablar ni tocar a otra
persona. Siente placer al verse a sí misma en situaciones extremas. Se excita por
el rose de la piel desnuda sobre personas corruptas; goza si hunde el cuchillo
en entrañas desconocidas mientras la sangre salta sobre ella. Arranca el corazón
del enemigo con las manos. Saciada, tiembla por múltiples orgasmos.
Una
neblina verde recorre el basural, las
avenidas destrozadas, los caseríos de lata, los autos oxidados, luego entra por
la ventana mientras Alma tose. Humedece sus dedos sobre la vagina sin recordar
el amor. Cierra los ojos e incluso piensa en las personas que nunca la acariciaron;
después llora. Gira por el monoambiente hasta marearse. Se recuesta sobre la
cama, se entrega a fantasmas conocidos y abraza las sabanas sucias halladas en
la basura. Otra vez cierra los ojos sin alcanzar el sueño. Ya no lo soporta, desea
amar sin tantos miedos, sin violencia.
- Usted
está muerto- es lo único que puede decir.
-Solo
los pobres mueren. ¿Sabe que es ese
olor señorita?- pregunta él.
Se
refugia bajo la mesa. Enciende los sistemas de seguridad y luego cierra las
persianas. Tiembla. Insulta a Erika, cree que por su culpa ellos se encuentran
en peligro. Ella sin saber qué hacer, solo se
desnuda frente al amo. Leonardo se levanta para caminar apresurado por el
suelo de mármol. Si se detiene el enemigo lo matará. Vigila el living,
transpira pero tiene frio.
-Sí,
el perfume de los cadáveres- responde.
Alma
siente otra vez nauseas por el olor
putrefacto. Contempla las cintas del basural donde se escucha cómo los
engranajes oxidados, arrastran cenizas de perdedores hacia el Río Suquía. El
ataque silencioso de los edificios no
dejó espacio para los cementerios.
Recuerda que sus manos amarillas por la nicotina cargaron el cuerpo de Leonardo
dentro de una bolsa. Lo ablandó con agua, sal, luego lo picó con el cuchillo.
Tiró los restos incomibles a la basura, cerebro, ojos y otros órganos. Repartió
empanadas a linyeras y oficiales,
también guardó algo para ella. Ayer se alimentó de Leonardo: es eso o padecer
hambre.
Los ojos de Leonardo giran inquietos por el living. Los percibe,
están en todas partes, mira varias veces ese universo de plástico y petróleo.
Se esconde en el baño y no enciende la luz. Odia a Erika que cocina cordero con
especies. Es culpable.
-Usted
pronto abandonará el mundo. Necesitábamos tiempo- asegura otra vez tranquilo
sentado sobre la mesa de marfil.
La comunicación
se corta. Asqueada por el olor de la ciudad, Alma cierra las ventanas. Respira
el ánima que se esparció por todo el departamento. Sus pies tiemblan, la cabeza
golpea el suelo. Sangra aunque no pierde la conciencia. De la piel brotan
burbujas verdes. Siente el dolor recorrer su carne, grita, gira sobre el piso
pero el ardor aumenta entonces gime
hasta ver los dedos separarse de la piel.
Descubre el reflejo de su cuerpo en las cloacas. No sabe si lo imagina o
lo siente. Cierra los ojos y pierde el conocimiento. No respira ni siente los
huesos. Ahora es basura como el resto de las personas. Los guardianes encontrarán
su cuerpo en unas horas.
Un Tal Lukas, 24 de septiembre del 2015
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