miércoles, 16 de diciembre de 2015

De aquella demencia temporal por Martín Perea








El sueño era cálido y vívido. Hasta que el reloj gritó.
Se despertó sobresaltado con una gota de sudor deslizándose sobre su sien. Era tarde, lo sabía. Buscó entre las sábanas su reloj sin mucho éxito, por lo que prosiguió a vestirse saltando de la cama. No podía perder el tren otra vez, ya había agotado todas sus excusas, tenía que llegar a tiempo.
En un parpadear se encontró en el baño lavándose la cara y por un instante se encontró en el espejo con un desconocido. Cuando llegó a la cocina buscó en la heladera unas sobras para el camino. La radio no funcionaba, pero no había tiempo para preocuparse por aquello.
Sin muchos preámbulos atravesó la puerta y corrió en el instante que el Sol impactó en sus ojos. La precoz ceguera de sus ojos se desvaneció mientras sus pasos avanzaban estrepitosos sobre la vereda.
Vio la cara confundida de su vecino alejarse con el espacio visual. Tenía suerte, al menos, de que la estación se encontraba sólo a una cuadra. Aunque le pareció tal vez la cuadra más larga de su vida.
Al llegar corriendo la gente comenzó a observarlo de manera extraña, pero no se detuvo a analizar la razón. Buscó con su mirada el próximo tren en la pantalla, pero se encontró con una decepción al encontrarla fuera de servicio.
Era tarde y lo sabía. Buscó su celular en su bolsillo, pero no lo encontró. Recordó entonces haberlo olvidado en la habitación.
“Necesito llegar temprano“ se decía sin cesar, pero no conseguía saber con exactitud qué hora era. Se detuvo con ligereza ante un anciano para preguntar, pero éste lo miró y se alejó desconcertado. Luego preguntó a una señora que caminaba lentamente, consiguió una mirada asustada y una respuesta inentendible.
Su preocupación poco a poco lo fue frustrando, a punto tal de necesitar una respuesta. Preguntó a decenas de personas pero no obtuvo nada, parecía como si el mundo estuviera de acuerdo en ignorarlo. Su frustración comenzó a volverse demencia.
El tiempo pasaba, aunque no sabía exactamente con qué exactitud. Anhelaba con toda su persona una respuesta a su pregunta. Se empezó a sentir desorientado, perdido, olvidó su trabajo, su pasado. Su futuro comenzó a volverse indiferente con el paso del presente. El tiempo poco a poco se fue devaluando. La falta de su uso fue de a poco erradicando el recuerdo lineal de cualquier pensamiento que se le ocurría.
Sin mucho esperar, olvido su nombre, su familia, su casa y su vida se volvió un momento. Su vida quedó solo aferrada al presente. Perdió conocimiento de todo lo que en algún momento había aprendido, si es que ese momento había existido.
Se encontró caminando sin propósito en la multitud, fluyendo como una brisa en miel, que comienza con energía y termina agotada hasta el punto de detenerse. Una brisa entre otras que nunca fueron y que sólo son.
Quedó solo el presente, pero un presente sin pasado, es un presente inconsciente. Un presente sin futuro es un presente en vano. Y del tiempo no quedó ni el recuerdo. Y el reloj sangró.

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