martes, 8 de marzo de 2016

Feminidad por Nair Ehdad







Se podría hablar del rincón de los olvidos; me escapé por una abertura pequeña donde vi luz. Era tan pesada la feminidad que no dejaba lugar a los aspectos contrarios de mi ser, aquellos que no encajaban en la definición de atributos asociados al rol tradicional de la mujer; comprensión, delicadeza, suavidad, estética, soltura, liviandad, apertura. En el rincón era tal la presión: que te cuides, que tu fisonomía no es ideal, tenes que ser frágil, que el hombre propone y la mujer dispone, que tu fertilidad es tu mayor tesoro y será tu mayor logro. Pienso; ¿Y si no tengo hijos? No estoy acá solo para eso, mi fertilidad también es emocional, de aprendizaje, de compartir con el otro, de estar, de mirar, de crear, de destruir y volver a construir no en una  perspectiva sino en miles. Entonces recuerda que soy muchos aspectos humanos en uno solo. Es decir femeninos y masculinos, porque antes que nada soy un ser; uno más entre millones, sin diferencia de sexo. Y es que contengo dentro de mí tantos hombres y mujeres, como la lluvia que es una sola y contiene tantas gotas. ¿Animal? Quizás también, reconozco el instinto sexual animal, ese que dejé bajo el polvo del rincón. Fue aplastado por mi razón. ¿Cómo voy a actuar con impulsos? No  debo. ¿Querer?; quiero, pero, pero, pero tantos peros. Pero el otro con su cuerpo y  mi cuerpo. ¿Guiarme por los impulsos? He dicho que no los veo,  que no los encuentro, no los quiero ver o no me permito ver, me da miedo. ¿Qué hay detrás de un impulso? Nada, capaz hay nada, pero NO, la mujer no se debe permitir ningún vacío, es fértil como la tierra y debe dar frutos. El vacío y la nada no es una opción en su vida. Tiene un tiempo determinado y no lo debe dejar escapar. Mierda, se me va, se me va y así me veo desde que me escapé del rincón. Corriendo, si corriendo, al estereotipo a alcanzar, no importa que no me sienta cómoda, no importa que me pese el alma, que me pesen las piernas, las caderas. Debo correr, debo llegar, que si voy por acá llego, que si hago esto llego, que si tapo este aspecto de mi llego, que si me disfrazo llego… Hasta que “PAF” explota la mentira y veo que ese ideal de femeneidad es inalcanzable, porque es como el aire invisible y no tangible. Sin embargo, me entra por todos los sentidos y me aprieta, me corroe, me limita y la peor de sus formas es la mirada del otro ese que condena, que presiona. Ese otro del que espero  aprobación. Soy el resultado de la sombra de ese otro, siempre viene conmigo, y no es mi sombra, es una sombra artificial, que se alimenta con miedos y exigencias se agranda y  se vuelve poderosa. Mientras me siento disminuida y muy pequeña, frente su mirada vuelvo a la niñez, a la inocencia de la niñez, a la vulnerabilidad de la niñez, a la herida de la niñez, -soy una niñaaa!-. Estoy creciendo, no me señales, no me etiquetes, no te rías, no me empujes, no me soples con tu fuerte viento de exigencias que solo me intimida. Lo que descubrí de la sombra es que se aleja según la luz que la alumbra. En mi  juventud y adultez voy encontrando en el cuerpo mi identidad, mi autenticidad herida, mi masculinidad oculta, mi feminidad construida. Que resurgen cuando la sombra no está, cuando la sombra no persigue. Logro escapar, esconder, salir del rincón. Y ahora no corro. Me freno, camino lento, respiro, siento, curo, destapo, muestro y despliego como un abanico la mujer de mi comodidad, la mujer de mi ser, la mujer de mi alma. Que no responde a tu imposición, sombra aplastadora. Dar batalla, con lo que se es. Por el amor puro y la fragilidad; que es una condición de cualquier forma de abundancia. No soy de papel, soy dura y fuerte como el tronco de un árbol.

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