Al despertarse no encuentra nada en su mente,
pero sus ojos descubren el paisaje negro
donde se respira un perfume a naftalina; dibujos extraños se crean entre
siluetas grises. Las paredes son altas y la luz no entra, su mirada comienza a
adaptarse a la oscuridad. Una sombra se
convierte en un rostro, un rostro en un
anciano. Su barba es desprolija, su mirada infinita.
̶ Hola mi nombre es.
Le dice al
anciano, pero su nombre no lo recuerda, sus ojos se cierran.
Sus ojos se abren y siente convulsiones en el
cuerpo mientras un leve temblor la sacude las piernas. Se descubre en un
colectivo y por la ventana los edificios
de la ciudad corren sin moverse. Intenta saber su nombre pero encuentra un cuerpo anónimo que se
dirige hacia ningún lugar, en un
colectivo desconocido sentado sobre un asiento
extraño.
Sus ojos se
cierran. El lugar era un suburbio de barrio que él conoce pero no recuerda,
tampoco tiene memoria sobre los colores del lugar. Todo lo piensa en blanco y
negro, se ve a sí mismo con un jean destrozado y unas zapatillas manchadas de
lodo. La niebla lo rodea.
Sus ojos se
abren, su cuerpo esta inmóvil y algo invisible lo ata. El anciano intenta
escuchar su nombre pero él, él no responde solo quiere mover sus brazos.
Cadenas de cristal lo atan mientras la
nada lo rodea.
̶ Sé cómo escapar.
Susurra el
viejo, pero no lo escucha, esta muy cansado. Antes de cerrar sus ojos observa
como millones de sombras se conviertan en multitudes atadas a las mismas
cadenas que él. Nadie habla, el anciano vuelve a decir:
̶ No te duermas, mi nombre es.
Sus ojos se
cierran. No sabe muy bien porque pero se detuvo en la séptima parada. Descendió
en veredas protegidas por árboles que proyectan su sombra en el asfalto. No
entiende porque solo recuerda el asfalto. Era una noche sin luz y vagaba
errante por la ciudad que era tan real como su vida.
Sus ojos se
abren, aquel lugar oscuro, blanco y negro se convirtió en avenidas que se
cruzan infinitamente. Entre tantas sombras, entre tanto pasado inexistente,
algo aparece, algo rodea sus pasos: el paisaje es ahora de colores sepia y la
niebla es ahora lluvia mientras los sentidos volvieron a su cuerpo, pero
sus recuerdos no aparecen. Se revive
sobre la avenida -el asfalto nunca lo olvida- y el grito de un niño despierta
sus oídos.
̶ Sé cómo escapar ̶ grita el viejo apresurado ̶ Mi nombre es ̶ vuelve a decir.
No lo entiende,
no lo escucha. La fatiga lo destroza, sus ojos se cierran.
Sus ojos se
abren para observar cómo aparece un auto naranja desde la oscuridad. Los
edificios, los pocos colores que recuerda lo marean. Toda su atención se
concentra en el auto, en el niño que grita, en la lluvia que fue cada vez más
fuerte. El blanco y negro era sepia,
el sepia se transformó en colores
verdaderos. Las gotas vuelven a mojarlo,
sus ojos se cierran.
̶ Sé cómo escapar.
Escucha esa
repetida y vacía frase, el anciano
vuelva a intentar decir su nombre, no lo escucha, ya no quiere escucharlo. No
sabe dónde se encuentra, no sabe de
donde tiene que escapar, no sabe porque sufre tanto, no entiende porque sus manos
están atadas. El silencio es cada vez más denso y las palabras no existen. Nada
se mueve.
̶ ¿eso es la vida?
No lo sabe. No
entiende porque en ese lugar, donde hay
millones de personas, solo habla ese miserable viejo sin encanto, no entiende
porque se escucha el caer de las lágrimas y
no su voz. No recuerda su rostro. Todo aquello que le dijeron sobre ese
lugar es mentira, sus ojos se cierran.
El boulevard
es alumbrado por luces de neón
amarrillas que colorean el asfalto. El diluvio es invisible pero moja. El asfalto es resbaladizo, los
frenos no funcionan, el niño llora, el auto se detuvo demasiado tarde, sus ojos
se cierran.
Sus ojos se
abren en esa nada oscura. Agotado, cede
lugar a la desesperación ahora respira desesperanza. Sus ojos se cierran y
abren de manera continua, la avenida y ese lugar se mezclan en su mente. Los
colores son ahora claros y la noche cada
vez más oscura. Las luces del auto estaban apagadas, un policía lo interrogó.
̶ Sé cómo escapar.
̶ El niño está muerto, yo lo atropellé, yo lo maté. Mi nombre es.
Esto es una cárcel, es mi condena por haber matado.
Nota un
reflejo en la oscuridad.
̶ Si es verdad ¿Por qué recuerdo un colectivo, porque recuerdo
avenidas eternas? ¿Es acaso el pasado? Todo pierde sentido.
Intenta relajar
su mente, Desea dormir pero continua alentando a su memoria, sus ojos se
cierran. Sus ojos se abren para observar el boulevard donde encuentra la vereda y al niño
silenciado por el terror. Lo encontró callado pero vivo. El policía volvió a
interrogarlo, sus ojos se cerraron.
Sobre el
reflejo observa el rostro del anciano, le resulta conocido. Sus ojos se
cierran.
El policía no
hablaba con él que solo respondía al viento. Él no comprendía sus respuestas, nadie lo escuchaba,
nadie lo observaba. Sobre el asfalto, un cráneo sangra, un cuerpo que conoce realiza sus últimos movimientos. Sus
ojos se cerraron.
Sus ojos se
abren y en el reflejo de un charco se encuentra a sí mismo. Ya no es él, es un anciano con
barba desprolija, que constantemente responde:
̶ Mi nombre es, sé cómo escapar.
Sus ojos
se cierran, sus ojos se abren, sus ojos se cierran. Sus ojos se abren
y comprende que el colectivo si existió, que los pasos
por la avenida fueron reales. El niño se lastimó pero se salvó y cruzó
de manera apresurada la avenida. Sin
mirar, sin tener cuidado. Unas
zapatillas arrugadas y jean destrozado lo empujaron a la vereda pero las
zapatillas quedaron sobre el asfalto. El
cráneo sangró, el cuerpo dio sus últimos movimientos y él usaba aquellas zapatillas
cubiertas de sangre y no lodo. El niño se salvó pero él, él. El que no recuerda
no es su cuerpo, su vida, sino su alma, su muerte, que no comprende como llegó al purgatorio, a
la eterna espera. La cárcel es el purgatorio, el purgatorio es la cárcel.
Descubrió que
la memoria era peor que el infierno, que la espera de una condena es una
condena misma. Que todos esos hombres intentan recordar su muerte, que su
alma anda atada desde tiempos infinitos a aquella oscura penitencia. Ya es tarde, el
sueño llega a su ser y la amnesia vuelve a existir, sus ojos se cierran.
Sus ojos se
abren y el olvido quiere salvarlo aunque la memoria. Al despertarse no
encuentra nada en su mente, pero sus ojos
descubren el paisaje negro donde se respira un perfume a naftalina.
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