lunes, 14 de marzo de 2016

El olvido y la memoria por Lukas








 Al despertarse no encuentra nada en su mente, pero sus ojos  descubren el paisaje negro donde se respira un perfume a naftalina; dibujos extraños se crean entre siluetas grises. Las paredes son altas y la luz no entra, su mirada comienza a adaptarse  a la oscuridad. Una sombra se convierte  en un rostro, un rostro en un anciano. Su barba es desprolija, su mirada infinita.

 ̶ Hola mi nombre es.

Le dice al anciano, pero su nombre no lo recuerda, sus ojos se cierran.

Sus  ojos se abren y siente convulsiones en el cuerpo mientras un leve temblor la sacude las piernas. Se descubre en un colectivo y por la ventana los  edificios de la ciudad corren sin moverse. Intenta saber su nombre pero  encuentra un cuerpo anónimo que se dirige  hacia ningún lugar, en un colectivo desconocido sentado sobre un asiento  extraño.

Sus ojos se cierran. El lugar era un suburbio de barrio que él conoce pero no recuerda, tampoco tiene memoria sobre los colores del lugar. Todo lo piensa en blanco y negro, se ve a sí mismo con un jean destrozado y unas zapatillas manchadas de lodo. La niebla lo rodea.

Sus ojos se abren, su cuerpo esta inmóvil y algo invisible lo ata. El anciano intenta escuchar su nombre pero él, él no responde solo quiere mover sus brazos. Cadenas de cristal lo atan  mientras la nada lo rodea.

̶ Sé cómo escapar.

Susurra el viejo, pero no lo escucha, esta muy cansado. Antes de cerrar sus ojos observa como millones de sombras se conviertan en multitudes atadas a las mismas cadenas que él. Nadie habla, el anciano vuelve a decir:

̶ No te duermas, mi nombre es.

Sus ojos se cierran. No sabe muy bien porque pero se detuvo en la séptima parada. Descendió en veredas protegidas por árboles que proyectan su sombra en el asfalto. No entiende porque solo recuerda el asfalto. Era una noche sin luz y vagaba errante por la ciudad que era tan real como su vida.

Sus ojos se abren, aquel lugar oscuro, blanco y negro se convirtió en avenidas que se cruzan infinitamente. Entre tantas sombras, entre tanto pasado inexistente, algo aparece, algo rodea sus pasos: el paisaje es ahora de colores sepia y la niebla es ahora lluvia mientras los sentidos volvieron a su cuerpo, pero sus  recuerdos no aparecen. Se revive sobre la avenida -el asfalto nunca lo olvida- y el grito de un niño despierta sus oídos.

̶ Sé cómo escapar ̶  grita el viejo apresurado  ̶ Mi nombre es ̶  vuelve a decir.

No lo entiende, no lo escucha. La fatiga lo destroza, sus ojos se cierran.
Sus ojos se abren para observar cómo aparece un auto naranja desde la oscuridad. Los edificios, los pocos colores que recuerda lo marean. Toda su atención se concentra en el auto, en el niño que grita, en la lluvia que fue cada vez más fuerte. El blanco y negro  era sepia, el  sepia se transformó en colores verdaderos. Las  gotas vuelven a mojarlo, sus ojos se cierran.

̶ Sé  cómo  escapar.

Escucha esa repetida y vacía frase, el  anciano vuelva a intentar decir su nombre, no lo escucha, ya no quiere escucharlo. No sabe dónde se  encuentra, no sabe de donde tiene que escapar, no sabe porque sufre tanto, no entiende porque sus manos están atadas. El silencio es cada vez más denso y las palabras no existen. Nada se mueve.

̶ ¿eso es la vida?    

No lo sabe. No entiende porque en ese lugar, donde  hay millones de personas, solo habla ese miserable viejo sin encanto, no entiende porque se escucha el caer de las lágrimas y  no su voz. No recuerda su rostro. Todo aquello que le dijeron sobre ese lugar es mentira, sus ojos se cierran.

El boulevard es  alumbrado por luces de neón amarrillas que colorean el asfalto. El diluvio es invisible  pero moja. El asfalto es resbaladizo, los frenos no funcionan, el niño llora, el auto se detuvo demasiado tarde, sus ojos se cierran.

Sus ojos se abren en esa nada  oscura. Agotado, cede lugar a la desesperación ahora respira desesperanza. Sus ojos se cierran y abren de manera continua, la avenida y ese lugar se mezclan en su mente. Los colores son ahora claros y la  noche cada vez más oscura. Las luces del auto estaban apagadas, un policía lo interrogó.

̶ Sé cómo escapar.

̶ El niño está muerto, yo lo atropellé, yo lo maté. Mi nombre es. Esto es una cárcel, es mi condena por haber matado.

Nota un reflejo en la oscuridad.

̶ Si es verdad ¿Por qué recuerdo un colectivo, porque recuerdo avenidas eternas? ¿Es acaso el pasado? Todo pierde sentido.

Intenta relajar su mente, Desea dormir pero continua alentando a su memoria, sus ojos se cierran. Sus ojos se abren para observar el boulevard  donde encuentra la vereda y al niño silenciado por el terror. Lo encontró callado pero vivo. El policía volvió a interrogarlo, sus ojos se cerraron.

Sobre el reflejo observa el rostro del anciano, le resulta conocido. Sus ojos se cierran.

El policía no hablaba con él que solo respondía al viento. Él no  comprendía sus respuestas, nadie lo escuchaba, nadie lo observaba. Sobre el asfalto, un cráneo sangra, un cuerpo que  conoce realiza sus últimos movimientos. Sus ojos se cerraron.
Sus ojos se abren y en el reflejo de un  charco se  encuentra  a sí mismo. Ya no es él, es un anciano con barba desprolija, que constantemente responde:

̶ Mi nombre es, sé cómo escapar.

 Sus ojos  se cierran, sus ojos se abren, sus ojos se cierran. Sus ojos se abren y  comprende  que el colectivo si existió, que los pasos por la avenida fueron reales. El niño se lastimó pero se salvó  y  cruzó de manera apresurada   la avenida. Sin mirar, sin tener cuidado. Unas  zapatillas arrugadas y jean destrozado lo empujaron a la vereda pero las zapatillas quedaron sobre el  asfalto. El cráneo sangró, el cuerpo dio sus últimos movimientos y él usaba aquellas zapatillas cubiertas de sangre y no lodo. El niño se salvó pero él, él. El que no recuerda no es su cuerpo, su vida, sino   su alma, su muerte,  que no comprende como llegó al purgatorio, a la eterna espera. La cárcel es el purgatorio, el purgatorio es la cárcel.

Descubrió que la memoria era peor que el infierno, que la espera de una condena es una condena misma. Que todos esos hombres intentan recordar su muerte, que su alma  anda atada desde tiempos infinitos  a aquella oscura penitencia. Ya es tarde, el sueño llega a su ser y la amnesia vuelve a existir, sus ojos se cierran.

Sus ojos se abren y el olvido quiere salvarlo aunque la memoria. Al despertarse no encuentra nada en su mente, pero sus ojos  descubren el paisaje negro donde se respira un perfume a naftalina.



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