Escarparme…¿ De que, de quién? ¿De mí misma? ¿De él? Escaparme para
que, si inevitablemente estamos solos en el mundo. Nacimos solos, morimos
solos. Uno no se da cuenta de su soledad hasta que vuelve a estar solo. Nadie
te espera, nadie cura las heridas, nadie te consuela con una frase inteligente,
una idea, un principio. Nada sirve. Solo estás vos frente a tus recién
cumplidos dieciocho años en una facultad de mierda que algún pelotudo llamó
filosofía. Perdida en la ciudad, trato de entender si alguien me espera o si
simplemente las cosas suceden mecánicamente. Superada toda idea de razón, solo
nos queda coger.
Cogemos, nos encontramos por un
momento aunque después llega el inevitable vacío, amamos cuando ya es tarde,
lloramos cuando ya no sirve.
Sirve de una manera absurda
contar las estrellas, sirve porque no nos da ninguna respuesta, sirve porque solo
nos calma la misma terquedad del olvido, sirve porque ya no me hace pensar en
mis errores, en los putos miedos, en la impotencia de no poder cambiar nada, de
no pensar otra salida. Ya pasaron seis años y tengo hambre. Mi piel es huesos,
mis huesos son arena. No estoy segura de ser yo esa frente al espejo. Abrumada
por mis ideas solo me queda viajar, escapar definitivamente. Escapar para
cruzarme con los duendes.
Duendes cansados de viajar por
abandonadas urbes donde mendigan su arte a cambio de comida. Sentados sobre
cañada con sus olores sucios, sus largas barbas, sus perros fieles: cantan
sobre los conspiradores del universo porque saben que la única verdad es el
amor, la música.
Miserables apuntan sus armas descargadas a los hijos de puta del
poder y descansan solo en Marzo. Se
congelan en el infierno mientras dan pedazos de sus almas a los invisibles.
Depresivos, drogados en la
oscuridad, hacen caminar a los muertos por memorias erradas. Se encierran en el
pasado luego respiran el presente y lloran mil veces las mismas personas.
Duermen sobre plazas mugrientas,
cubiertos (rodeados) por perros sarnosos,
por mendigos ridículos. Mean en descampados oscuros, murmuran palabras absurdas
después del whisky.
Vagabundean en la noche hasta el
borde del río para luego masturbarse hasta dormirse, para luego quedarse
insomnes en la negrura. Ven migajas de heridas en habitaciones sin fe.
Asesinan pájaros sin piedad,
ardidos en el agua del abandono; Putos duendes se violentan por el hecho de aun
estar vivos y se curan de esa palabra
llamada utopía.
Caen del cielo con sus culos
sangrados para después humedecerse en tierras sembradas de soja. Arden
desiertos enteros para luego convertirlos en agua.
Gritan el amor es cocaína, es
mierda, es dolor. Palidecen sus sentidos de tanta “pala” que cubre su nariz de
sangre. Se pierden en cuentos marxistas, en la voluntad estúpida de Nietzche,
en el capricho inconsciente de Freud.
Destruyen la realidad sin
pensarlo, monos armados con navajas desafiladas. Amenazan el capital desde sus
sillones de cuero para luego entregarse a ese oráculo posmoderno llamado Web.
Pierden la noción del tiempo, el
sueño de los santos desorientados en la selva con sus ropas viejas, sus manos
sucias, sus mochilas rotas. Caminan somnolientos por calles de tierra en
pueblos destartalados. Arden bajo un sol frio.
Se sienten lejos del mundo en una
multitud de hippies desdichados pero todavía mendigan sexo en rincones alucinados. Desconocen
su ansiedad conocida.
Cuando el mundo las acorrala,
cuando la tristeza las golpea, cuando
fueron violadas, abofeteadas, engañadas, ellas no lloran, tocan sus bellas
tetas cubiertas de semen.
Sueñan con máscaras desnudas para
hablar lenguas paganas mientras fuman cigarrillos caseros en la madrugada. Esperan
en terminales abandonadas el viaje a Finisterre.
Tatúan sus cuerpos para olvidarse
del dolor. Usan marcos gruesos en sus lentes después comentan películas
húngaras. Abandonan sus joyas para cubrir sus cabellos de piojos.
Cuando son golpeados por el
honor, por el hambre, cuando son humillados por uniformados, ellos lloran
mientras tocan sus jóvenes penes cubiertos de flujo vaginal.
Los veo comer preservativos de
frutilla. Inmaculan su juventud con la idea de ver arder el odiado futuro.
Los descubro vomitar para luego
sonreír ingenuamente, para tranquilizarme con sus ojos tristes, ensombrecidos.
Ofrecen sus hojas de ruta a las
estrellas a cambio de certezas (mentiras). Mastican coca en las nubes con el
fin de fotografiar whipalas húmedas.
Son chupados por la tierra para
luego hallarse y reposar una piedra sobre la apacheta.
Se ahogan en el experimento
ridículo de permanecer. Ardidos, prueban su sexualidad hasta alcanzar el
orgasmo decadente de un placer nihilista sin historia. Oyen el mismo gemido
todos los días.
Confiesan en garitas sucias: la
existencia es esa tensión entre la locura y la razón. Pierden la cabeza por
putas tristes.
Navegan en sombras de rostros sin
rostro. Idiotas que todavía lloran a Chávez para luego escuchar versos de
Pugliese. Hacen promesas esquizofrénicas a espectros absurdos.
Arrodillados, frente a la
catedral, son desterrados de ciudades
salvajes llamadas civilización. Pero ¿Dónde estoy? El calor, el océano, el
huracán, los mosquitos, tal vez en alguna parte de Centro América. No estoy
segura. No sé si esa mujer frente al
espejo soy yo, reconozco mi pelo negro, mi piercing en la nariz. El
rostro se me arruga, la piel se me consume ¿Soy yo esa que está frente al
espejo? Veo como el reflejo de un cigarrillo acabado cae sobre la mierda de caballo. Un torrente de
violencia quema el dolor del mundo. Avanzan con sus uniformes, con sus
bayonetas, con sus humillaciones continuas perfumadas por la palabra de un
apóstol ateo. Profetizan sobre la amenaza marxista sin conocer la dignidad. El primer disparo que escuché
penetró sobre una mujer embarazada. La bestialidad en su situación primitiva se
respira sobre el caserío incendiado. El dulce olor a sangre me marea. Son
asesinados como si fueran vacas. Matan con palabras bellas- los fines no
cambian- no podemos obrar sin salirnos del presente.
Presente, el presente es esa
enfermedad filosa entre sueños de grandeza frente a la idea de sobrevivir a
cualquier precio. Los cuerpos me producen nauseas, las moscas me destruyen. Los
niños amputados me ordenan escapar, escapar. La pregunta es escapar de que.
Quiero vomitar ¿Quién es esa mujer frente a mí? ¿Por qué su cabeza sangra? ¿Por
qué al levantar mi mano izquierda ella levanta su mano derecha? ¿Quién soy?
¿Dónde está el inodoro? Oigo la muerte, su silencio.
Silencio interrumpido por ese bop
desesperado. El soplo de los vientos agita mi húmeda alma. Grita contra el
aislamiento porque necesita enfrentar la esclavitud de vivir todos los días la
misma rutina. El bop sonando es el orgasmo invisible de un ángel sin alas, el
aleteo infinito del colibrí, el latido incomodo de un corazón enamorado. Se
trata de cerrar los ojos para ya no oír
las palabras en mi cabeza, para ya no ver el paso del tiempo. El tic tac
perfecto que marca el tiempo del universo, el desamparo de una mujer cualquiera
en la oscuridad. Escuchar la cálida voz de Nina es el consuelo de los
olvidados. Pensar en ella en el piano, es pensarme a mí con una sonrisa luego
de haber cruzado el infierno. El universo es arriba, abajo, izquierda, derecha,
es el caos inquiriéndonos con preguntas. La música es ese segundo donde el
universo quizás por una vez tiene sentido, donde nos sentimos seguros de la
humanidad, de los otros con sus caprichos, con sus odios, con sus miedos. El
tiempo nos vigila, la música nos protege. El primer tono de cualquier nota es
tal vez la diminuta señal de que existe la
trascendencia, de que Dios debe estar en alguna parte. Oír un violín en
una noche de otoño es un consuelo inocente para nosotros los hambrientos del
mundo. Gardel ya no canta en el toca disco.
Quien soy yo sentada en una mecedora, en una galería, frente al tablero
de ajedrez, frente a ese viejo que intenta escaparse, escaparme, escaparme ¿de
quién?
***
Recuerdo el seno donde me
amamantaron, el lunar negro en el lado izquierdo, su borde rosado, sus ojos
marrones. El mechón platinado de esa voz vendiéndome biblias. Fue en Febrero.
Recuerdo, siempre recuerdo, el
bigote ondulado color castaño y el anillo de oro con diamantes verdes sobre el
dedo pulgar. El caer de la gota sobre esa verde hoja. El tatuaje verde donde dos
peces nadaban en una espalda desnuda. El verde húmedo olor a asfalto en esa
mañana de Marzo.
¿Encontraría a la maga? Tantas
veces me había bastado asomarme, capitulo 1, primer párrafo, página 119, -Paris
del principio- dijo la maga –Que complicado. Vos sos como un testigo, sos el
que va al museo y mira un cuadro, cerca y lejos al mismo tiempo yo soy un
cuadro, Rocamadour es un cuadro. Etienne es un cuadro, esta pieza es un cuadro.
Vos crees que estas en esta pieza pero no estás. Vos estás mirando la pieza no
estás en la pieza. Capítulo 3, tercer
párrafo, página 144. Nadie nos curará del fuego sordo, el sin color que corre
al anochecer, capítulo 73, primer párrafo, página 546, Rayuela Julio Cortázar
edición Cátedra Letras hispánicas son palabras que nunca entendí aunque se
hallan sembrado en mis recuerdos. Las memoricé un lunes de madrugada. La luna
era naranja, el viento olía a cerezas, cinco estrellas formaban una brújula en
el lado izquierdo del cielo que reposaba sobre la derecha de mi ventana de
aluminio color gris.
La sabana cuadriculada roja que
cubre el colchón gris. La solapa roja del libro desconocido. El fuego rojo de
la hoguera acompaña la ceniza roja del
cigarrillo. El rojo azulado del horno a gas, calienta la cacerola negra donde hay granos de arroz, zapallos verdes, granos de
sal entre fina y diminutos cubos de zanahoria naranja al lado de morrones
rojos. Un par de uñas pintadas con esmalte rojo agitaban el cucharon de madera,
era domingo, era 17 de Agosto, era el año 1922.
Un tallo hundido en una maceta de
vidrio con agua verdosa. Una mosca
muerta reposa sobre el lado izquierdo de una raíz amarillenta compuesta por
ocho brazos. Un tulipán marchito florecía hacia el final frente a una corbata
negra, una alfombra gris. La piel arrugada, los ojos cerrados se acostaban en
el lado izquierdo del ataúd de roble a las 11:59 de la mañana, 12: 01 en el
centro, a las 12:03 en el lado derecho, eran diferentes, las voces decían que
eran el mismo. Dos ojos con maquillaje corrido, reposaban sobre los diferentes
rostros, era un 7 de enero de 1925.
La garrapata blanca que sobrevive
en el perro color caramelo, de bigotes grises, que descansa sobre cerámicos
grises. Al lado, un rostro negro, un
jardinero gris, una camisa blanca, unos labios grandes sostienen una pipa de
mármol gris que escupe humo color gris. Un sombrero de paja, una puerta de
madera color gris, un cartel de madera con letras grises en las que se leía
almacenes de Ramos generales. Un estante de chapa gris vacío enfrente reposaba
una lata de cerveza Quilmes gris transpirada sobre una mesa de chapa gris. Una
mujer sin piernas en una silla de ruedas gris, era un 20 de septiembre de 1937.
El flequillo negro, los ojos
diminutos con ojeras, el piercing en la nariz, los labios afilados, los senos
curvados, la musculosa larga verde, los cancanes negros, las zapatillas de lona
roja destrozadas John Foos. Se repite en su totalidad sin partes, sin tiempo,
sin ser pequeñas imágenes que luego se disuelven.
La mesa de madera, el apunte de
Sociología, la mancha de café con forma de unicornio sobre la página 87. El
agua golpea el vidrio mientras la vela ilumina la oscuridad. Una mariposa negra
aletea alrededor de la luz un 27 de Enero de 1994.
El gato negro, sus ojos castaños
maullan sobre la medianera de ladrillo visto bajo una inmensa luna naranja.
La bala se escapa de la pistola para perforar la botella que
luego expande la gaseosa por el mantel.
La boca abierta, la nariz curvada, los ojos extraviados. El sudor cae sobre la frente, el cabello canoso sin callar
ese gemido y suspiro conocido.
Los labios húmedos, la saliva, el
tacto, ella otra vez. La baja temperatura. Las hojas abandonan el álamo
mientras una flor marchita mira el cielo celeste. El aullido de un lobo. Un
llanto infantil vende bolsas negras, arrugadas con olor a humedad.
Los ojos en el suelo cerrados. La
mano arrugada, temblorosa sostiene el violín castaño. Cuatro cuerdas grisáceas,
negras. La mano derecha arrugada, el anillo quirúrgico en el dedo gordo derecho
sostiene el arco en Febrero de 1996.
El suelo de cemento, el colchón
con chinches, el inodoro sucio, la pared escrita, los barrotes oxidados, la
negrura y esas voces que repiten la misma amenaza. Los condenados. La línea de
cocaína sobre la mesa de vidrio, el silbido.
El suelo cuadriculado color
negro, blanco, los asientos de madera, la cruz de madera, el cristo de madera.
El altar de oro, las ventanas con vidrios de colores verdes, azules, rojos. Los
techos coloridos con oleos donde se dibujan hombres de cabellos rizados, ojos
negros, togas, alas blancas. Auras doradas alrededor del manto que viste una
mujer arrodillada frente al crucificado.
El cigarrillo ilumina la
oscuridad y el vino se vierte sobre el césped húmedo luego de la tormenta de
Santa Rita. 24 de Agosto de 1999.
El largo soporte celeste de lata,
el cartel naranja, el número, el nombre, la calle, el cospel dorado. El obeso,
sus bigotes, su calvicie sentado sobre
la silla de plástico celeste. kevin escribe con corrector el niño con
guardapolvo blanco, mochila de tela violeta. Los labios carnosos, los lentes
gruesos, el cabello negro. El vestido negro con flores amarillas y el bastón de
madera, la mano izquierda temblorosa, arrugada. El hombre bajo con piel oscura,
ojos oscuros, camisa blanca, pantalón vaquero oscuro, zapatos viejos; la mano
izquierda ofrece tres chocolates con maní, con una etiqueta blanca, naranja,
marca Hamlet, que vencen el 17 de Enero del 2017.
Las columnas de madera humedecías
por el diluvio. El ruido del aguacero suena sobre el techo plateado de chapa.
La silla de madera blanca acompaña una mesa redonda. El tablero de ajedrez de
plástico descolorido en el lado izquierdo. Las piezas negras, el rey negro con
la cruz partida. El peón blanco verdoso por la humedad. El caballo blanco
amarillento por el encierro y sus dedos
flacos arrugados. El pantalón negro y la remera verde visten ese piercing en la nariz que descansa en una mecedora de caña. El blanco cabello atado,
los labios afilados todavía vivos, los ojos perdidos en un lugar que nunca
comprendí.
Por un Tal Lukas 26/08/2015