Después de haber leído “nos
escribieron mil veces” el fantasma caminó bajo el aguacero. Sobre la estatua,
un duende dormía mientras su viejo perro sarnoso le lamia las heridas. En el
zaguán de la casona, Luca bebía ginebra. El río había rebalsado, el agua de las
cloacas arrastraba hormigas rengas, sapos ciegos.
El aire olía a albahaca húmeda. Grises
torres cubrían el atardecer naranja, plomizo, que luego pintaba con colores
violetas, negros, el firmamento.
Nocturno opera número nueve
sonaba en ese callejero violín. Lo escuchó por unos segundos, le regaló algunas
monedas. Confundido preguntó -¿Quién
soy?-
-no lo sé- respondió el músico
tocando la misma canción. El anochecer aparecía sobre el caserío, su memoria
no. El fantasma Recordaba dos ojos violetas.
La oscuridad encerraba el mono
ambiente despintado por la humedad. Gotas de agua dulce se suicidaban sobre
ventanas de vidrio. Entre libros, se vislumbraba la tenue luz del lugar una
desgatada vela de ceda. Su fuego era soplado por desconocidos vientos. En la
radio se escuchaba Nocturno opera número nuevo de Chopin. El cigarrillo colgaba
de sus carnosos labios, hundía sus largos dedos en la máquina de escribir,
apenas respiraba. Solo se oía el tac,
tac, tac del teclado, del carro. Sus dientes mordían las colillas de sus viejos
Marlboros. Contaba la historia de un fantasma que caminaba bajo el aguacero.
Componía historias para olvidarlo, para hacerlo desaparecer de su mente, aún lo
imaginaba en el oxidado calabozo.
Recuerdo su tatuaje de mariposas negras sobre su
pierna izquierda, sus poetas malditos, su cabello plateado, sus confesiones
“desperadas”, su ombligo incompleto (recuerdo a Platón), sus dedos largos, sus
anillos de plata, su cuarto desordenado, sus escritores sin libros, su humor
oscuro, sus poetas sin musas, su mirada
perdida, sus actrices (traficantes ocasionales), su depresión. No recuerdo este
calabozo piensa al descubrir, con sus ojos violetas, pastillas coloridas sobre la
vieja radio donde sonaba Nocturno opera número nuevo de Chopin. Truenos
perdidos le hicieron ver sus venas heridas.
El fantasma desmemoriado, volvía
a pensar en dos ojos violetas, en su tatuaje de mariposas negras sobre su
pierna izquierda, sus poetas malditos, su cabello plateado, sus confesiones
“desperadas”, su ombligo incompleto (recuerdo a Platón), sus dedos largos
hundidos en la máquina de escribir, sus dientes mordían las colillas de sus
viejos Marlboros. Contaba la historia de un fantasma que caminaba bajo la
lluvia.