miércoles, 27 de mayo de 2015

Desmemorias Recordadas





Después de haber leído “nos escribieron mil veces” el fantasma caminó bajo el aguacero. Sobre la estatua, un duende dormía mientras su viejo perro sarnoso le lamia las heridas. En el zaguán de la casona, Luca bebía ginebra. El río había rebalsado, el agua de las cloacas arrastraba hormigas rengas, sapos ciegos.

El aire  olía a albahaca húmeda. Grises torres cubrían el atardecer naranja, plomizo, que luego pintaba con colores violetas, negros, el firmamento.

Nocturno opera número nueve sonaba en ese callejero violín. Lo escuchó por unos segundos, le regaló algunas monedas. Confundido preguntó -¿Quién  soy?-
-no lo sé- respondió el músico tocando la misma canción. El anochecer aparecía sobre el caserío, su memoria no. El fantasma Recordaba dos ojos violetas.

La oscuridad encerraba el mono ambiente despintado por la humedad. Gotas de agua dulce se suicidaban sobre ventanas de vidrio. Entre libros, se vislumbraba la tenue luz del lugar una desgatada vela de ceda. Su fuego era soplado por desconocidos vientos. En la radio se escuchaba Nocturno opera número nuevo de Chopin. El cigarrillo colgaba de sus carnosos labios, hundía sus largos dedos en la máquina de escribir, apenas respiraba.  Solo se oía el tac, tac, tac del teclado, del carro. Sus dientes mordían las colillas de sus viejos Marlboros. Contaba la historia de un fantasma que caminaba bajo el aguacero. Componía historias para olvidarlo, para hacerlo desaparecer de su mente, aún lo imaginaba en el oxidado calabozo.

Recuerdo  su tatuaje de mariposas negras sobre su pierna izquierda, sus poetas malditos, su cabello plateado, sus confesiones “desperadas”, su ombligo incompleto (recuerdo a Platón), sus dedos largos, sus anillos de plata, su cuarto desordenado, sus escritores sin libros, su humor oscuro, sus poetas sin  musas, su mirada perdida, sus actrices (traficantes ocasionales), su depresión. No recuerdo este calabozo piensa al descubrir, con sus  ojos violetas, pastillas coloridas sobre la vieja radio donde sonaba Nocturno opera número nuevo de Chopin. Truenos perdidos le hicieron ver sus venas heridas.

El fantasma desmemoriado, volvía a pensar en dos ojos violetas, en su tatuaje de mariposas negras sobre su pierna izquierda, sus poetas malditos, su cabello plateado, sus confesiones “desperadas”, su ombligo incompleto (recuerdo a Platón), sus dedos largos hundidos en la máquina de escribir, sus dientes mordían las colillas de sus viejos Marlboros. Contaba la historia de un fantasma que caminaba bajo la lluvia.