miércoles, 30 de septiembre de 2015

El mundo mas alla del mundo por Matias Sosa Hein





La oía venir. No sé porque sabia que venia hacia mí. Me di vuelta y la vi. Venia hacia mí. No era solo porque podía verle sino porque me miraba. No me miraba a los ojos ni a las manos ni los pies ni a nada. No solamente. Era como si me mirara completamente, a todo mi ser.
“Hola” me dijo. “Hola” le respondí. Y me di vuelta para ver el mar. Se podía oler la sal del mar. El barco estaba impregnado de ese olor. Era obvio. Los barcos nacen en el mar y tienen su olor. Solo los barcos en museos, barcos muertos, han perdido su olor a vivos. Mientras pensaba en eso ella se puso al lado mío y se apoyo con las manos en la baranda tal como lo hacia yo. Mirábamos el sol. “Ya oscurece” dijo, “La vista de la puesta de sol debe ser muy hermosa”. No dije nada. Me molestaba un poco que dijera cosas obvias. Trate de no enojarme y pensar en otra cosa. “Perdón si le molesto, si quiere me voy” dijo ella. “No, esta bien” le respondí. “No es usted. Es la gente ¿sabe?”.
-¿La gente?
-La humanidad. Me molesta. Antes era peor. Antes odiaba la gente. Ahora es como si todos fuesen fantasmas y yo paso a través de ellos.
Me miró con una expresión rara. Era como si me comprendiera pero al mismo tiempo quisiera entender por que me sentía así.
-Lo vi en la sala de estar. Usted estaba leyendo un libro y viendo como un grupo de gente enfrente suyo jugaba a las cartas. Yo lo vi todo de lejos. Ellos se reían y estaban contentos. Usted estaba cerca. Sin embargo no se reía con ellos y levantaba la vista del libro que leía cada vez que algo llamativo pasaba. Los miraba... no con odio ni rencor ni envidia. No y sí. Era como si dependiera de ellos. No podía ni acercarse a ellos ni dejarlos. No sé. ¿Es así?
-Algo así.
-La humanidad. Le molesta.
-A veces.
-Pero usted dijo...
-Solo cuando estoy molesto.
Y quedamos en silencio. Mirando el sol. Como tratando de descifrar algún secreto. Algún secreto del que no comprendíamos absolutamente nada, pero que conocíamos y olvidamos hace mucho tiempo. Algo que todavía sentíamos.
Al final la duda me venció. No era que fuera una gran duda sino que no soportaba estar tanto tiempo con esa pregunta en la cabeza. Cada minuto que pasaba hacia que me fuera más difícil soltarla pero al final lo hice y fue como si hubiera podido volver a respirar. Y tal vez lo hice.
-¿Porque se me acercó?
Me sentí torpe. Sentí que si había creado algún misterio para la dama (cosa que no intentaba hacer), ese misterio se había desvanecido.
-Es decir... (me apresure a decir) no es que desprecie su compañía, es que... como decirlo.
-Mira a la gente y no se ve reflejado en ella.
-¿Qué?
Ese “¿qué?” No fue porque no la comprendiera sino porque así era exactamente como me sentía y nunca hubiera podido expresarlo mejor.
Ella lo supo por eso no me respondió.
-Usted... ((¿Quiere ayudarme?) (¿Quiere ayudarme?) (¿Quiere ayudarme?)) La pregunta daba vueltas en mi cabeza.
-Claro. ¿Usted no me ayudaría? Seguro que sí. ¿Sabe? A veces la gente que odia a la humanidad es por lo general la que más la ama. Por eso duele...
-Amor y odio. Dos caras de la misma moneda. Pero ¿pueden convivir juntas?
-Claro. ¿Acaso nunca tuvo dos sentimientos opuestos hacia algo?
-Tenia una novia, la amaba, hasta que me dijo que se había enamorado de alguien más. Entonces la odie. Pero no fueron sentimientos simultáneos.
-No los sentía al mismo tiempo. Pero siempre supo que algún día podría odiarla ¿o no?. Esos sentimientos siempre estuvieron dentro suyo.
-Sentimientos en potencia. Claro
-No en potencia. Los sentimientos siempre están. Solo que a veces los sentimos y a veces no. Puede sonar confuso. La culpa es por llamarlos sentimientos. Los sentimientos están, los sintamos o no. Son parte de nosotros. No los creamos en el acto ni vienen a nosotros. Están siempre... En el fondo, todavía la ama. Pero la odia. Por eso duele...
Me sentía como en un sueño. Una mujer al lado mío contándome las cosas mejor de lo que yo podría entenderlas.
Se sentía el aire húmedo. Veía las olas abajo, el sol, las nubes color naranja. No era un sueño. Todo se sentía real. Casi.
-¿Cree que es lo que me pasa a mí? ¿Con la gente?
-Puede ser. Pero usted no odia a la gente en sí. Odia “algo” de la gente.
-¿Es usted real?¿Es esto un sueño?
-¿Si es el mundo real? No lo sé. ¿Sabe quienes fueron los primeros en dudar de la realidad del mundo?
-No
-Yo tampoco. Sin embargo podemos remontarnos a los griegos. Algo paso que el hombre empezó a dudar de la veracidad del mundo. No fue que perdieran la fe en sus dioses. Bueno en parte si, pero eso fue consecuencia de otra cosa. Esa otra cosa fueron los descubrimientos que logro esa civilización. Empezó a haber un desprendimiento de dios. Sentían que volaban.  Ellos veían el mundo y veían un orden. Y un caos antes del orden. Sin embargo, mucho después algunos fueron mas allá y vieron que en realidad orden y caos eran la misma cosa. O dos caras de la misma moneda por decirlo de alguna manera. Hay orden dentro del caos y caos dentro del orden. Muchos matemáticos estudian el caos y el orden como un mismo fenómeno. Donde parece haber caos hay un orden que dicta ese caos, sin embargo,  donde hay un orden hay un caos que dicta ese orden. ¿Comprende?
-Creo. Usted habla por ejemplo de los grupos de aves o peces. Si uno los observa en una foto diría que son solo un montón de animales que viajan juntos desordenadamente, sin embargo si uno los viera  en movimiento, vería que todos cambian juntos de dirección moviéndose como una sola cosa. Como si siguieran algún orden que rige su conjunto caótico, ¿verdad? Orden dentro del caos.
-Exacto. Y dando un ejemplo contrario. ¿Escucho esa teoría que dice que el aleteo de una mariposa en una parte del mundo puede generar un huracán en la parte opuesta? No me gusta ese ejemplo. Se refiere en parte a algunas formulas matemáticas donde una leve diferencia de valores puede generar resultados impredecibles, muy alejados del resultado inicial. Caos dentro del orden.
-¿Y los griegos?
-A eso iba. Como dije, los más sabios veían un orden en el mundo. Y eso es tal vez todo lo que hay. Orden. No existe el caos. El caos es una ilusión. Es un orden invisible por así decirlo.
-Claro. Podían ver el orden en los ciclos naturales como las estaciones y las mareas. Veían un mundo que regia el universo, que lo sostenía, mediante hilos invisibles. Veían que donde pensamos que hay caos hay orden. Entonces pensaron que tal ves este mundo no es real ¿no?.
-Exacto. Esa es uno de las formas de llegar a esa teoría. No la mejor según mi opinión.
-¿Dijo una de las formas?
-Sí. Mire. En esa clasificación entra por ejemplo el mundo de las ideas de platón.
-Eso me hace acordar a la alegoría de la caverna de Sócrates ¿se
acuerda?
-Sí. La humanidad esta en una cueva. Encadenados sin poder moverse, mirando una pared donde se proyectan sombras del exterior, y todos creen que esa es la realidad y todo lo que existe. Uno de ellos escapa y ve la luz afuera. Le duele porque esta acostumbrado a la oscuridad. Tiene miedo. Se da cuenta que su mundo no era real. Vuelve para contárselo a los demás pero ellos lo tratan de loco y lo matan.
Esa historia entraría en la misma clasificación que el mundo de las ideas de Platón. Lo que trata de decir es que lo que nosotros vemos, este mundo, lo creemos real porque es lo único que conocemos.
Sin embargo, platón fue el que escribió todo lo que tenemos sobre Sócrates, y si este existió, debió de haber predicado distinto según creo yo.
-¿Como?
-Mire. Si Sócrates hubiera creído eso, no creo que hubiera sido tan tonto como para ir a sufrir lo mismo que el personaje de su historia. Sin duda sabia el riesgo de sus acciones, pero no creo que haya muerto por sus ideas. Es lo más idiota hasta para un sabio. Hubiera podido escapar cuando se lo ofrecieron para seguir acumulando conocimientos y predicar. No. Él murió porque sufría. Sufría por el sol que quemaba sus ojos. Sufría porque amaba a la humanidad y al mismo tiempo la odiaba. Al hombre de la historia no lo matan. El mismo se mata al verse solo.
-¿Pero eso en que cambia el mensaje de la historia? No comprendo.
-Mire. Los  habitantes de la caverna no ven atrás no porque no puedan hacerlo. Si estaban encadenados hubieran podido romper las cadenas que los ataban. ¿Porque solo uno pudo salir? Ellos no se liberaban porque no quieren. Porque son ingenuos. Imperfectos.
-¿Imperfectos? Cada vez me estoy confundiendo más.
-Cuando termine comprenderá todo. Sócrates veía una humanidad imperfecta. Todas las civilizaciones soñaron con su hombre perfecto. Buda, Jesús, quien sea. Todos comparten rasgos similares. Características que los unen. No importa cual haya sido la cultura que creo ese humano perfecto. Todos en el fondo son iguales. Hay muy pocas religiones que consideren este mundo como irreal. La mayoría cree en un mundo más allá de este donde vamos después de morir. Un mundo que no se ve. Y el hombre creó y crea sus súper hombres para tratar de explicar este mundo. El mundo de Sócrates.
-¿El mundo de Sócrates?
-Sí. El mundo de Sócrates. El mundo que más sentido tiene. Lo que quería decir en realidad Sócrates era que la humanidad es imperfecta. En la historia, las sombras en la pared se distorsionaban. A veces eran mas largas unas que otras. A veces era un fuego el que proyectaba las sombras y al moverse este, las sombras se deformaban. Eran reflejos imperfectos. Sin embargo guardaban relación con las figuras originales. Y esto es muy importante porque nos dice...
-¡Que seguían un orden!
-Exacto. Ese es el mundo que vemos nosotros. Sin embargo en la historia los hombres eran imperfectos. Más que las sombras, porque las sombras, eran sombras del mundo real. El hombre no puede ser una sombra porque las sombras no van al mundo real. Se quedan como sombras. Recuerde que en la historia, el mundo afuera de la cueva, SI es el mundo real. Un mundo ordenado que proyecta sombras también ordenadas, claro que un poco menos ordenadas que las figuras reales pero ordenadas al fin.
-Aha. La voy siguiendo. Entiendo todo lo que me dice. Pero me sigue pareciendo la misma historia solo que con algunos detalles cambiados.
-Todavía no termine.
-Lo siento. Tiene razón. Continúe.
-A ver. Piense en la historia.
-Pienso. Pienso en los hombres imperfectos, en las sombras que siguen un orden, en el mundo de afuera, un mundo ordenado, en el sol, en la luz que hace doler los ojos... algo no encaja.
-Creo que lo tiene.
-Pero... no, parece ridículo.
-¡Claro que no! ¡No los es! Tiene un orden ¿no?
-Si pero... ¿y si solo hay caos? ¿Y si solo creemos ver un orden porque somos imperfectos y eso es todo lo que es... Ya me siento como uno de los de adentro de la cueva. Uno de los no reales. Uno de los que no encajan. No encajan porque ¿cómo pueden existir hombres que viven encadenados dentro de una cueva, que creen en sombras y nada mas? No encajan en una historia que habla del orden. En ese mundo no pueden existir esos hombres. En otro mundo pero no en ese.
-La humanidad no encaja en este mundo. En un mundo regido por el orden no puede existir imperfección. Por lo tanto, este mundo es una sombra del mundo real. Solo creemos que es real, pero somos imperfectos. Y es todo lo que conocemos. Recuérdelo. El hombre no encaja en este mundo. Y ESO NO ES UNA TEORIA.
-¿Y si el mundo de afuera de la caverna hubiera sido ESTE mundo. Y si en realidad lo que Sócrates quería decir es que todo puede ser real o falso. Que nadie puede decir que es real. Y si nada es real. Y si solo hay sombras que proyectan sombras que proyectan la sombra de su sombra y eso es todo lo que hay. Un circulo de sombras?
-Bueno. Ya, ya... No era mi intención crearle una crisis existencial.
-¿Y cual era?
-Lo que quería era decir que usted no odia a la humanidad. Usted odia la imperfección de la humanidad. Es un socrático. No se perdona ser imperfecto ni que los demás lo sean. Usted ama a humanidad pero odia su imperfección.
De alguna forma lo sabía desde siempre. Ella tenía una respuesta. Pero ¿era la respuesta? No. Claro que no. Apenas era una explicación de lo que sentía pero no me ayudaba en nada saberlo. Me sentía quizás incluso mas vacío que antes e hablar con ella.
“Sos un estúpido” Dijo.
Le mire con odio
-¿Qué?
-¿No te das cuenta de lo simple que es todo?
-¿Lo es? (¿Lo era?)
-Sí. Siempre lo será.
-Bueno. Ya me doy cuenta. ¿Sigo siendo estúpido?
-No es tampoco darse cuenta. Otra vez... la palabra darse cuenta parece una mala palabra si nos ponemos a pensar en su verdadero significado. Darse cuenta no es solamente entender algo. Usted tiene que comprenderlo y asimilarlo. Es como creer en ello. Darse cuenta no es solamente darse cuenta. Es saber que algo es cierto. Es sentirlo cierto. Uno no puede darse cuenta de una teoría.
-Entonces no importa la teoría. No importa si es cierta o no.
-Casi.
-Es cierta y no es cierta. Es las dos cosas y ninguna. Si este mundo fuera falso, irreal, y el hombre imperfecto, podemos suponer... decir, que cualquier teoría que pueda formular el hombre es imperfecta. Nunca vemos los objetos afuera de la cueva. Solo sus sombras. Lo demás lo suponemos.
-Entonces la teoría se refuta a si misma.
-Así es. Puede ser...
-Somos imperfectos. No podemos estar seguros de nada.
-Bueno... no sé si de nada.
Cuando el sol se ponía en el mar, todos los pasajeros, en cubierta y dentro del barco, miraron hacia el oeste.
El acontecimiento dejo sin palabras a sus espectadores. ¿Qué era lo que veían? Se preguntaban sin darse cuenta. ¿Una bola de fuego gigante? ¿Una estrella? ¿El antiguo dios sol. Ya era del color de la sangre pero, eso era lo que ellos veían. Todos saben que el sol no cambia de color. Es solo un efecto óptico. No es real. ¿No lo es? ¿No lo era? Claro que sí. Estaba ahí. Si ellos lo veían, era porque existía. Si estaba ahí es porque era real.
-¿Ves el sol?- Dijo ella
-Obvio
-El sol es de color rojo. El cielo color rubí y las nubes color púrpura. ¿Lo ves?
-Sí. Lo veo. ¡Lo veo todo!... Y es hermoso, pero me vas a decir que no es real. Que el sol no cambia de color, ni las nubes, y que el cielo no existe en realidad, solo es un espectro de la luz atrapado en la atmósfera.
Y me miro sonriendo como si se alegrara por algo.
-No lo iba a hacer. ¿Acaso no te parece real?
-Solo parece
-¿Solo parece? ¡¿Acaso no esta ahí?! ¿No lo ves? Que sea una sombra, un reflejo de algo mas, no hace que deje de ser real. Todavía no entendiste el verdadero significado de la historia. Sin duda Sócrates no nos dice que el mundo es irreal. Nos dice que este es solamente uno de los mundos irreales. O por decirlo mejor que ningún mundo es irreal sino una parte de la realidad. Una fracción. Obvio que no vemos toda la realidad pero eso no quita que lo que veamos sea irreal.
¿Cuánto conocemos del mundo? Todos sabemos que los átomos existen aunque no los vemos. Nadie desconfía de la veracidad del aire así como de sus grandes científicos. Grandes filósofos de la naturaleza. Todos sabemos que existe un mundo más allá del mundo. Pero ¿eso quita acaso que este mundo deje de ser real? ¿Acaso las sombras en la pared eran irreales? Esa es la ultima enseñanza de la historia. Ningún mundo es irreal. Conocer los fenómenos que producen que el cielo se vista con esos colores, no hace que dejemos de verlos. La forma en que vemos el mundo es real para nosotros. Si viéramos el sol con sus verdaderos colores (¿cuales son?), nos estaríamos perdiendo de verlo como lo vemos ahora. ¿Acaso lo veríamos más real? ¿Y si lo viéramos de otro forma no diríamos acaso que lo vemos de forma irreal porque debería verse rojo como lo vemos nosotros? La única forma de poder ver el mundo “real” seria ver todo, absolutamente todo, al mismo tiempo. Gran carga para un ser imperfecto...
Entonces comprendí.
Y me sonrió. Y un momento después yo también le sonreí.
Ya era de noche y el barco estaba llegando al puerto de una pequeña ciudad.
-Yo me bajo aquí dijo. Que extraño... soy la única.
-Es cierto.
-Seguro pensas que no soy real... jaja.
-Jaja. Tal vez yo no sea real, y este barco tampoco.
-Cierto. Mmmm. Supongo que nunca vamos a saberlo. Tal vez ninguno de los dos seamos reales.
-Tal vez...  Que extraño
-¿Qué?
-Que aunque nada sea del todo real yo me siento mas vivo que nunca.
-Me alegro. Entonces mi misión esta cumplida.
No sé si hablaba en serio. Realmente no creo que haya tenido una misión. No como una asignación. Es probable que todos tengamos alguna misión que realizar. Algo que solo podemos hacer nosotros. O tal vez creemos tenerla. Sin embargo, a veces uno siente que es así... y con eso basta. Seguro que ella lo sentía.
Nos despedimos. Y eso fue todo. ¿Si la volví a ver? Seguro que si pero ya no era ella.
El barco siguió su rumbo por el mar oscuro. Las estrellas iluminaban el cielo y todo me parecía más real que nunca. Ya no tenia sentido seguir odiando me dije. Entonces sentí algo. Sentí que las estrellas eran sombras, que el mar era una sombra así como el barco y todo lo que existe. Pero sentí algo más. Algo que me hizo pensar. Sentí que yo también era una sombra. Que en realidad alguien me imaginaba y me creaba con su imaginación. ¿Una sombra de alguien real? ¿Y que es una sombra sino algo real? Y tal vez yo no era el imaginado. Tal vez al soñar un creador, yo mismo lo creaba a el. Y él creía ser real. ¿Y quien soy yo? ¿El personaje de una historia? ¿El escritor de la historia? ¿Acaso puede ser que solo lo haya usado para crearme? ¿Qué el escribe pero soy yo el que dicta? ¿Acaso te parezco irreal? ¿Te parezco más irreal que el color del sol? ¿No me diste vida al leerme? ¿No me haces real en tu imaginación y no fue él quien me dio vida al escribir? Y tal vez no puede terminar la historia. No quiero que termine. Porque si termina no se a donde voy a ir. Mi vida es un círculo. Nazco cuando me leen, vivo siempre la misma vida y después... pero tal vez no sea siempre la misma vida. Tal vez dependa de quien me lea. De cómo me imagine y lo que entienda al leerme. Pero siempre pasa lo mismo. No quiero irme. Quiero seguir acá aunque se que no puedo. Pero creo que a pesar de que mi historia sea olvidada, no dejara de existir. Creo que siempre existió incluso antes de ser creada. Porque nada aparece ni desaparece. Como los sentimientos. Siempre estuvo.
Entonces lo dejo terminar...




lunes, 28 de septiembre de 2015

La tragedia y el teatro por Martín Perea





En las fiestas de Venecia, se acostumbra a usar máscaras. De hecho, las mejores máscaras reciben premios y menciones. Aquellas que destacan sobre las demás por su originalidad o creatividad.
La mayoría de los días, fuera de Venecia, la competencia es constante. La normalidad con la que se 

Lleva a cabo es el fruto de años de una obra dentro de un teatro gigantesco que muchos llaman mundo.

La fiesta de la vida se ve exaltada en los rincones más recónditos del globo. Allí, los actores, fieles a sus papeles, perpetúan su personaje con las acciones del día a día. El uso de máscaras es aquí más inquietante. No basta con tener una creativa sino también con jugar un rol en el teatro.

El acto principal es eterno y muchos parecen haber olvidado su comienzo. De hecho, muchos han olvidado que se encuentran actuando. La mayoría ni recuerda el momento en el que comenzó a usar la máscara. Es como si estuvieran atados a ella sin razón.

Otros pretenden llevarla orgullosos, cuando en realidad se quejan del casting aleatorio del que forman parte. Pretenden porque la obra debe continuar. Porque la magia y la ilusión están en juego.

Y no es sorpresa que aquí también las mejores actuaciones tengan premio. El juego de las máscaras se reproduce a través de los actos de las personas. Máscaras que se van formando y construyendo, que se pierden y se encuentran.

El problema ineludible para los sujetos es el olvido del carácter ambiguo de sus máscaras. Han dejado de portarlas meramente para actuar y han comenzado a defenderlas como si fueran su única cara. Y no lo es.

Detrás de aquella máscara se encuentra otra, una que no responde a la tragedia mundial. Sino que es parte de otra obra,una que desentona y asusta. Porque en la tragedia actual, las máscaras parecen ser agradables.

La obra oculta no es ni más creativa ni más interesante. Es simplemente otra. Y lamentablemente, ser otra es suficiente amenaza para la gigantesca escena ficticia que hasta el momento se impone.

A pesar de no querer aceptarlo, los otros actores llevan consigo la otra máscara, incluso algunos tienden a usarla por ratos cuando el resto no los mira. En esos momentos presencian parte de la obra oculta. Ven a los chicos que solían reír, llorando desconsoladamente. Ven al político y su micrófono inflando sus bolsillos de billetes. Ven a sus hijos orgullosos de defender a su país, siendo artífices de una guerra contra alguien que no existe. Ven al delincuente de su barrio siendo golpeado y perseguido por su vestimenta. Ven a las candentes mujeres de las calles sufrir de opresión machista. Se ven en el espejo y encuentran que aquel trabajador feliz es esclavo del sistema.

Y a pesar de todo, se vuelve a colocar la máscara de nuevo. Y sale a la calle en silencio, dejando de lado la idea de que al final, la máscara es su elección. Y esa, es la mayor tragedia.

jueves, 24 de septiembre de 2015

Los restos de comida por Un tal Lukas






Leonardo apoya su pasaporte en el ojo digital mientras espera el equipaje en el salón vacío. Camina despacio hacia la ciudad. Se cree dueño de su vida al respirar el  perfume de los álamos sembrados. En el almacén compra cocaína y un líquido llamado ánima. En  su hogar, Erika lo recibe con sus ojos de silicona color violeta, su cuerpo es de plástico. Se sienta en el sillón de cuero. Relajado admira la tierra desde la ventana de cristal. Deja el teléfono sobre la mesa de cerámica y marca un número conocido.

Alma atiende su celular, por pura casualidad, entre cloacas abarrotadas, montañas de basura y edificios sin ventanas protegidos con telas viejas. El olor a podrido no le causa náuseas. Luego de bañarse con el agua marrón que sale de la ducha, sostiene en sus manos una toalla amarillenta. Busca los cigarrillos junto al cenicero.

-Usted tiene una llamada por cobrar desde la luna, ¿acepta?- dice la operadora en el teléfono.
-Acepto- responde Alma.    

Sus piernas se balancean en el abismo sucio que la rodea. Apenas tiene veinte años pero ya siente como el aire oxida la piel cubierta de manchas, también sus esperanzas. Se mira el rostro en el  espejo. Su sexo es esa  pregunta que no responde. Sabe que cada paso dado, es un suspiro final, una maldición insoportable. Quiere suicidarse y amar al mismo tiempo.
-Soy Leonardo Tapia Herrera- dice la voz del otro lado del teléfono.

 Deja el celular en alta voz mientras vierte tres gotas de ánima sobre los auriculares. Con la mano derecha hace girar  un vaso de Whisky.

-Yo lo maté- responde ella.

Después se mira la mano derecha lastimada por la lluvia ácida.  Enciende  velas. No hay electricidad en el planeta por la explosión atómica de Embalse. Las sirenas de las patrullas tiñen la ciudad, sus edificios viejos, el cuerpo de Alma.

-¿Qué sintió señorita al asesinarme?- pregunta Leonardo. 

En el barrio privado ubicado en la luna, los molinos de energía eléctrica iluminan el hogar de Leonardo.  Conoce frente al  espejo ese cuerpo nuevo: sin arrugas, atlético, limpio, sin cocaína, sin nicotina. Lo descubrieron los oficiales en la morgue. Olvida que todavía lleva en el cerebro marcas de una adicción no superada. Mira hacia la oscuridad del living: alguien lo vigila.Discute con Erika aunque ella no responde. La odia,  desea arrancar las ropas de ese espectro llamado mujer y penetrarla para luego  convertirla en basura. Ella asiente con la sonrisa perfecta de un ser sin alma.

Alma, anonadada, tose y vuelve a sentir el olor rancio de la ciudad. Piensa en su navaja afilada, en la soledad, en los años que pasó sin hablar ni tocar a otra persona. Siente placer al verse a sí misma en situaciones extremas. Se excita por el rose de la piel desnuda sobre personas corruptas; goza si hunde el cuchillo en entrañas desconocidas mientras la sangre salta sobre ella. Arranca el corazón del enemigo con las manos. Saciada, tiembla por múltiples orgasmos.
Una neblina  verde recorre el basural, las avenidas destrozadas, los caseríos de lata, los autos oxidados, luego entra por la ventana mientras Alma tose. Humedece sus dedos sobre la vagina sin recordar el amor. Cierra los ojos e incluso piensa en las personas que nunca la acariciaron; después llora. Gira por el monoambiente hasta marearse. Se recuesta sobre la cama, se entrega a fantasmas conocidos y abraza las sabanas sucias halladas en la basura. Otra vez cierra los ojos sin alcanzar el sueño. Ya no lo soporta, desea amar sin tantos miedos, sin violencia.
- Usted está muerto- es lo único que puede decir.
-Solo los pobres mueren. ¿Sabe que es ese olor señorita?- pregunta él.
Se refugia bajo la mesa. Enciende los sistemas de seguridad y luego cierra las persianas. Tiembla. Insulta a Erika, cree que por su culpa ellos se encuentran en peligro. Ella sin saber qué hacer, solo se  desnuda frente al amo. Leonardo se levanta para caminar apresurado por el suelo de mármol. Si se detiene el enemigo lo matará. Vigila el living, transpira pero tiene frio.
-Sí, el perfume  de los cadáveres- responde.

Alma siente otra vez nauseas por el olor  putrefacto. Contempla las cintas del basural donde se escucha cómo los engranajes oxidados, arrastran cenizas de perdedores hacia el Río Suquía. El ataque silencioso de  los edificios no dejó  espacio para los cementerios. Recuerda que sus manos amarillas por la nicotina cargaron el cuerpo de Leonardo dentro de una bolsa. Lo ablandó con agua, sal, luego lo picó con el cuchillo. Tiró los restos incomibles a la basura, cerebro, ojos y otros órganos. Repartió empanadas  a linyeras y oficiales, también guardó algo para ella. Ayer se alimentó de Leonardo: es eso o padecer hambre.

Los  ojos de Leonardo  giran inquietos por el living. Los percibe, están en todas partes, mira varias veces ese universo de plástico y petróleo. Se esconde en el baño y no enciende la luz. Odia a Erika que cocina cordero con especies. Es  culpable.

-Usted pronto abandonará el mundo. Necesitábamos tiempo- asegura otra vez tranquilo sentado sobre la mesa de marfil. 


La comunicación se corta. Asqueada por el olor de la ciudad, Alma cierra las ventanas. Respira el ánima que se esparció por todo el departamento. Sus pies tiemblan, la cabeza golpea el suelo. Sangra aunque no pierde la conciencia. De la piel brotan burbujas verdes. Siente el dolor recorrer su carne, grita, gira sobre el piso pero el ardor aumenta entonces  gime hasta ver los dedos separarse de la piel.  Descubre el reflejo de su cuerpo en las cloacas. No sabe si lo imagina o lo siente. Cierra los ojos y pierde el conocimiento. No respira ni siente los huesos. Ahora es basura como el resto de las personas. Los guardianes encontrarán su cuerpo en unas horas.

Un Tal Lukas, 24 de septiembre del 2015

viernes, 18 de septiembre de 2015

Las paredes son del pueblo por Manuel







Una pared de mi corazón tiene un graffiti enorme y horrendo de esos que se notan que se van quedando sin pintura con tus iniciales y una serie de reivindicaciones corte comunista -que me encantaría discutir en asamblea con los delegados de tus sabanas- llaman a paro general. ¿amor o muerte quizás? ¿Qué es eso? Somos obreros busquemos dar vuelta el sistema reproductor digestivo cualquier sistema contra los burocratas amorosos un sexo de base.

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Sucedió en America escrito por Un Tal Lukas






Dos años después de la masacre sucedía  en la capilla de Mirasierras, el coronel Falcón aspira cocaína y vuelve a descubrir los mismos fantasmas de siempre.  Carga sobre el cuerpo un rostro pálido orgulloso aunque acorralado por los muertos. Hoy primero de mayo obreros anarquistas, levantan banderas donde se exige la renuncia del Falcón  y el devenir infinito de las estrellas. El poder responde con metralletas acompañadas por profecías de muerte cumplidas.

Tres días más tarde, un cuatro de mayo de 1909, viudas, huérfanos y abandonados, reclaman frente a la morgue los cuerpos de sus hermanos. La represión es aún peor, el odio crece como una semilla que germina en corazones de espectros que alguna vez fueron personas.

El 14 de Noviembre un hombre vestido de negro tomó el tranvía 17, se detuvo en Callao y Quintana. Esa mañana la lluvia parecía apaciguarse. “Que el olvido no nos olvide” gritó antes de lanzar la bomba sobre el auto Milord donde Falcón perdió las piernas, quemó su carne y luego se hizo polvo de estrellas. Muerto por la vida, de eso se trataba. Un suspiro de Libertad se respiró ese día. Simon Radowitky fue condenado a una prisión nacida en el fin del mundo.

Cuarenta siete años después en esa isla de centro América llamada Nicaragua, el poeta errante cargo su Smith and werson calibre treinta y ocho para confesar “quería morir con los colores de la bandera”. El otoño comenzaba. Horas antes, se acercó al rancho donde leyó sus primeros versos, conversó con su madre hasta que el sol se durmiera. Luego amó a su compañera por última vez, vistió su traje color cielo y cargó su pistola. Caminó decidido hasta su destino pensado. Sabía que su cuerpo junto a su alma ya no le pertenecían, ahora solo se encontraba atado al devenir de los hombres.

El poeta se paró erguido frente al Dictador Somoza Garcia para luego descargar cinco balas sobre el bastardo, de las cuales cuatro perforaron su cuerpo y le dieron final a su oscura existencia. Algo parecía cambiar. La respuesta inmediata fueron una tormenta de plomo que atravesó al mártir llamado Rigoberto Lopez Perez. Su familia, su amada, fueron torturadas, violadas y asesinadas. Sombras.

El devenir del pueblo el primero de enero de 1959 gritó “solo somos ochenta, pero derribaremos a Batista”. La dignidad expresada en un abogado ortodoxo y moralista se constituyó en playa Giron. Una mancha de tinta roja coloreaba la historia oficial. Las calles de Cuba se llenaron de hospitales, profesores y la tierra dejó de ser un privilegio. Luz.

Ocho años después al borde de las ruinas del glorioso imperio Inca, un golpe militar recupera la tierra, el petróleo y la identidad. Pero el invierno llegó, ni los militares se salvan del capital.

El once de septiembre de 1973 las bombas caían sobre la Casa de la Moneda. El delirio fue dirigido por un torturador que  murió el día internacional de los derechos humanos. Antes de colocar el revolver sobre su cabeza Salvador Allende gritó: “Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse”. Noche.

Tres años después, un 24 de Marzo, Gardel a las tres y diez de la madrugada, dejó de cantar para ser reemplazado por la marcha militar. Esa noche, en el momento más oscuro de la humanidad, el cielo volvió a llorar sangre como sucedió durante la masacre en la capilla de Mirasierras. Volver. Sobre la urbe se decapitó todo grito de libertad, justicia. Un par de viejas olvidadas vagaban cansadas de desaparecer. Treinta mil rostros fueron negados por el Estado, treinta mil cuerpos desaparecieron, treinta mil fantasmas se transformaron solo en palabras, en pasos de familiares por las comisarias.

También el 24 de Marzo pero cuatro años más tardes, en esa isla sin salvación llamada El Salvador, un sacerdote que buscaba la salvación, fue asesinado de un disparo al corazón. Oficiaba la misa en el hospital de la Divina Providencia. Intentaba acabar con la Guerra Civil. Era un hombre conservador que denunció las bestialidades del régimen nacido en las entrañas del infierno. “Amaba al prójimo como a sí mismo”. En su rostro se veía la silueta de un ser tranquilo aunque desesperado. No soportaba ver a sus monaguillos asesinados por la policía paralela.

La mañana de su muerte Monseñor Romero soñó con serpientes, al despertar sabía que final se aproximaba. Gritó antes de salir del cuarto “Dios mío ¿Por qué me has abandonado?” Vistió sus ropas sacramentales, se persignó frente a la cruz y miró al cielo por última vez. Esperaba una respuesta. Saludó a sus monaguillos. Antes de decir la primera palabra, la bala perforó su corazón. Cayó de espaldas con los brazos abiertos. Miedo.

Luz y oscuridad, oscuridad y luz colorean ese invisible polvo de estrellas esparcido por el sur. Algo los separa, algo los une.


lunes, 14 de septiembre de 2015

Amor y ratón, Amor y Jirafa por Nair Ehdad



Amor y ratón I:
Me gustaba el peso de su pierna en mi torso desnudo, claro, es que no sé como lo lográbamos pero dormiamos desnivelados. Cuando amanecíamos, yo aparecía boca abajo y tocando el final de la cama con mis pies. Él estaba arriba en el comienzo del colchón por eso su pierna tocaba mi torso. Debería haber tomado esto como el simbolismo del final. Él saliendo hacia arriba. Yo cayendo.
Entonces escuché la puerta y corrí a abrirle. Aunque me frené metros antes para que no se diera cuenta que había corrido. Le abrí la puerta sin espamento,  lo saludé en el cachete, como si fuésemos amigos. Entró. Se sentó. Charlamos un poco desinteresadamente, ni a él ni a mi nos interesaba lo que el otro tenía para decir.
Hasta que se me acercó y me beso. Lo dejamos pasar. Fue un beso pequeño. De esos que sólo apenas rozan el labio, son de esos también que empujan a tirarse al precipicio a quien más quiere. Dejándolo ahí en evidencia. Así fue como yo busqué su boca. Y él me respondió con ese juego idiota de hacerte creer que te va a corresponder el beso y corre la boca. Es como sentar al perro al lado de la mesa mientras se come frente a él, ¡sin tirarle ni un pobre hueso! ¿Con que objetivo jugar con la necesidad de alguien? Acercar y alejar, mostrar pero no dar, ahí en el mismo instante con segundos de diferencias. Me jodió bastante su actitud, entonces me senté con cara de enojo pospuesto. Él rió, ya conocía mis tácticas como yo las suyas.
Hubo unos segundos en silencio, hasta que él me dijo: – Vení a sentarte acá-. Me señaló sus piernas. Prácticamente me teletrasporté a sus piernas, no lo dudé, me senté. Nos empezamos a besar ahora si con esos besos donde perdés la noción de la realidad. Donde te tirás de cabeza al agua, donde sentís todo el aire. Esos besos tan perfectos, tan irrepetibles, tan magníficos. Empezó a rodearme con sus manos tocando toda mi espalda y yo aferrada a sus hombros que son del diámetro justo para saltar al vacío. Hasta que tocó mis tetas, porque vamos a decir las cosas como fueron así sin pudor. De que toque mis tetas lo más hermoso es ver, cómo caben en sus manos. Su mano se despliega, sostiene y acaricia de una manera tan, tan, ¡usted sabe mujer!, ¡usted sabe hombre! a qué me refiero; allí era tal el ardor, el calor, todo parecía ser inflamable.
Decidí dar vuelta la página y cerrar la libreta. Ya hace varias noches que vengo leyendo esto sin hacer nada, tengo la cabeza invadida de imágenes y me contradigo a mí mismo, todo el tiempo. ¿Qué más puedo hacer? Desde un principio debería haberle dicho que fui yo quien encontró está libreta de ¡mierda! ¿Cómo le voy a decir?, ¡es mi amiga! Se va a sentir defraudada, prácticamente violé su intimidad. Porque a decir verdad, yo bien sabía que desde que cortó con el pibe, andaba para todos lados con ese cuadernito, donde escribía lo que pasó entre ellos.
Además, ya me preguntó como quince veces, si se lo había olvido en casa y le dije que no. Ahora no puedo decirle que estaba en casa porque eso sería aceptarle que me tenté a leerlo y maquino eso antes de dormir. No se, pero me empezó a gustar la idea de saber sobre su relación con otro tipo, no de una manera pervertida, sino más bien para saber por si algún día es así conmigo. Y ahí, justo acá, todo se iría al carajo, quedaría en evidencia que me pinta estar con ella, que dudo si es mi amiga o si quiero entrarle como un conejo a la zanahoria.
A veces cuando la veo me dan ganas de contarle y que se ría, que juntos riamos del viaje que me comí, aunque en ese momento me aparece tremendo instinto animal indomable. Me asusto como si fuera un niño mirando debajo de la cama con miedo a encontrar al “cuco”. No logro identificar cuándo empezó esta tortura de creer que me gusta, si hasta ayer no me parecía ni linda. Al principio pensé que eran ratones mentales dando vuelta por cada sitio perverso y oscuro de mi cabeza, claramente por lo que leí. Ratones gigantes que me gritaban cosas como: – Fijate  si sus tetas entrarán en tus manos, ¡ya es momento de encararla!, ¡tenés las manos pequeñas! (seguro el otro las tenía más grandes), ¡vas a rebotar como elástico!-.
Pero ¡ojo! también aparte de deseo sentía amor, una especie gelatinosa y melosa de amor hacia ella, sin saber el cómo, ni el cuándo. Mientras tanto cada vez que la veo, actúo como un perfecto estúpido, como un miedoso, es que estoy envuelto en contradicciones. Quizás le falté el respeto al leer pero a su vez, ahora, quiero faltárselo del todo.

Amor y Jirafa II:
 Realmente me estaba volviendo loco y no precisamente de amor, porque si hay algo que he aprendido hace años es que el amor es reciproco o no es amor. Así decía la vecina Pancha, cuando yo pasaba por su casa del brazo de mi abuela que era tan tierna. Aunque de mano firme, ya que solía darme un pellizcón si me negaba a darle un beso a Pancha, o aún peor, me obligaba a entregarle mi cachete a lo que quedaba de su boca, que era algo así como un pedazo de piel echo un acordeón de arrugas. Cuando Pancha caía en la cuenta que mi saludo estaba dominado por la extorsión de la mano severa de mi abuela, la miraba y exhalaba un suspiro de esos que exhalan quienes han experimentado el desamor, luego decía: – ¡No le pegues al chico! El amor es reciproco o no es amor. ¡Qué no me salude si no quiere!, ya vas a ver, algún día va a querer- El recuerdo de Pancha vino a mi mente unas noches atrás mientras ojeaba la libreta…
Esto es más complejo que mirar las estrellas por un telescopio subida a una bicicleta en movimiento, así, así de difícil es encontrarnos o reencontrarnos, no se, ya no sé.  Ahora cada paso o elección me requiere de diez días de rehabilitación después. Todo lo que digo me da miedo, todo lo que expreso me da inseguridad. Pensé, pensé y nuevamente pensé, pero ya no quiero pensar, pero no existe esa opción, entonces; ¡te quiero! Aunque venía bien esquivando el pasado. Hasta que aparecés y explotan los preconceptos, saltan las deducciones, se abre el frasco de la melancolía que asusta a los latidos del corazón. Entonces ya no elijo, elijen por mí; unos miles de estados emocionales aglomerados, revolucionarios e inmanejables. Como te diré que estoy detrás de ellos asustada en un rincón, esperando que se tranquilicen, que se vayan, que se evaporen, o que alguien los extinga como un bombero al fuego. Sin embargo, trato de ignorar a las olas marítimas que mueven mi interior y uso mi reciente habilidad ¿Sabés que he desarrollado habilidades? ¡He desarrollado a la fuerza la puta habilidad de meterme bien enrollado en el orto las ganas de hablarte! No puedo volver con vos. No puedo, es tan triste ir contra lo que uno quiere… Pero más triste es mendigar donde no hay ni migas. Somos un paraguas roto y mojado que se cerró, ya ninguno de sus resortes se estira como antes. Terminado. Se acabó. Entonces no te vi más y comprendo no hay nada más sincero que no verte.
Pensé, – Esta es la última vez que la leo-. Me mentía una vez más y seguía alimentando a los ratones hambrientos de la fantasía, me gustaba su escribir sobre el tipo, era casi mi ritual para poder dormir. Ahí recordé a Pancha y su decreto sobre reciprocidad, lo cual me puso en una contradicción. Estaba confundido porque después de todo lo que leí sobre ella ya no era mi amiga, sino que era una mujer, un tanto loca, enamoradiza, hasta dramática y exagerada; por lo menos así escribía sobre su anterior relación. Entonces empecé a creer fehacientemente que teniendo tanta información sobre ella, sabiendo tanto de su intimidad, llegaba a la siguiente resolución: La mina no era más mi amiga, así lo decidí esa noche, claro que tampoco era mi amor porque aún no era algo reciproco. Por ende sólo teníamos un vínculo sin ninguna etiqueta, esto me llevaba a una sola salida: La tenía que encarar. Pero no podía olvidar que en algún momento sí fue mi amiga o algo parecido, lo cual eliminaba la opción de usar mis tácticas de seducción normales. Así que debía elaborar una novedosa técnica.
Nada se me ocurría hasta que una tarde, mientras estaba en mi habitación y  el tele estaba en el comedor, prendido como siempre para hacer ruido ya que jamás me siento a mirarlo, en fin, escuché algo así como; “La observación constante de sus ojos profundos y la melancolía infinita que transmite a través de la mirada por sus largas pestañas, además de su peculiar altura son algunos rasgos  característicos de la Jirafa”.  ¡No sabré explicar qué carajo me llamó la atención de lo que escuchaba!, sin embargo, me dije: -Listo, tengo que actuar como una Jirafa, eso, si. La debo intimidar con mis ojos, la debo observar desde la altura, debo mirarla con melancolía, y así acercarme de a poco sigilosamente y al fin dar el zarpazo del beso-.
La llamé con un tono tranquilo, para no generar sospechas, aceptó rápidamente mi invitación lo cual fue un buen presagio. Una hora después, allí estábamos en un silencio tan incómodo que solo el alcohol podía romper. Propuse ir a comprar algo para tomar y en eso busqué mi billetera en el aparador y como estaba nervioso por la situación, se me cayó todo. Ella corrió a ayudarme a levantar las cosas. Estábamos agachados frente a frente, nos mirábamos y en segundos que fueron siglos, podía ver la gota cochina y sudorienta que me bajaba por la frente hasta la nariz, me dije: -¡Va a pensar que me transpira la nariz!- El pensamiento se me hizo en voz alta. Le dije: – No, no,  me transpira la frente, no la nariz- Me miró confundida. – No nada pensaba en voz alta.- quise ocultar el tropiezo.
A todo esto ya la había embarrado demasiado. Así que le busque la boca de una, con los ojos bien abiertos tratando de no olvidar la melancolía en la mirada de la Jirafa. Ella corrió la cara, se levantó rápidamente y lo único que me quedó de una Jirafa fue la altura a la que me elevé de la realidad para no aceptar el rechazo rotundo. La incomodidad se me infló como un globo en la garganta. La vergüenza me asfixió toda la noche y me desesperé de pensar que quizás nunca me podría volver a levantar. Pero a los dos días me acostumbré a la sensación y a la semana se me pinchó con un huesito de pollo. Da tristeza pero también alivio saber que la fantasía es solamente un globo.

jueves, 10 de septiembre de 2015

Sobre el tiempo, la salud y los gatos (corregido) por Un tal Lukas



Se levanta temprano aunque odia el frío de la mañana nublada. Busca su reloj pulsera. Respira el olor húmedo de la neblina mientras su gato Aureliano le roza las piernas. El relojero con cierta envidia, contempla el sueño tranquilo de Eva. Tiene los ojos algo cerrados, por eso realiza pasos torpes  en el pasillo sin usar las luces. Todavía no está listo para enfrentar  la mañana. Bosteza. Enciende la hornalla y deja el agua calentar.

Nervioso,  con su aliento sucio, huele el Nescafe. No le importa, el ronquido de Eva lo tranquiliza. Moja su rostro, vierte la pasta dental sobre el cepillo, oye el  particular silbido de la pava. Con cuidado el relojero avanza por la casa ya que no desea despertar a la doctora. Deja la pava reposar por unos segundos, un buen café requiere aguas calmas. Hunde cuatro cucharadas de instantáneo sobre la taza. Antes de batirlo lo huele por última vez. Sentado en el comedor, vigilado por  Aureliano, prueba el primer café amargo del día. Ya puede enfrentar la rutina.

Suele el relojero esperar el colectivo, con la sensación de ser un fantasma que cumple la misma condena todos los días. La escarcha moja su nariz. Entre obreros arrugados, profesores cansados y estudiantes perdidos en islas de miedos, una gorda habla sobre el precio de la cebolla. El colectivo salta.

-La vida continua- murmura para tocar el timbre sobre Boulevard Perón.

El relojero se siente tan olvidado como esas  dos viejas que  beben café con leche en ese barsucho atendido por cucarachas. Escucha lo locomotora del tren. No desea hundirse en la congoja; cierra los ojos y se deja arrastrar por el perfume de Eva que gira sobre la cama hasta que siente la lengua espesa de Aureliano en  las mejillas. Luego se estira con un bostezo ruidoso. Abre las persianas y el sol viste su silueta de mujer. Acaricia su tatuaje floreado, después  busca ropa interior limpia, su lambo verde y sus zapatillas de lona rojas. Eva prende la radio para tararear esa canción de Led zepelín que tanto necesita.

Se acerca al naranjo para buscar sus frutas preferidas. Es acompañada por el aleteo de tres mariposas. Aureliano corre alrededor de sus pies mientras ella chasquea los dedos y calienta agua. Saca de la alacena yerba aunque en realidad todavía sueña con serpientes.  Bebe el último mate amargo y el gato salta entre los muebles. Mastica criollos pero no deja de preocuparse por  las hormigas que avanzan sobre las naranjas.

Eva realiza saltitos por calle Neuquén hasta llegar al Registro civil. Piensa un poco en algo que no sabe muy bien que es. Sentada en el mismo banco de siempre frente a la  fuente de Plaza Colon, prueba un cigarrillo. Antes de entrar al hospital, conversa con el cafetero sobre la salud

-Ando con unos dolores de cabeza tremendos doctora-

-Usted tiene que tomar menos  don Osvaldo- Sugiere Eva,  ve los ojos rojos del cafetero y se preocupa por las horas nunca recuperadas. Extraña al relojero que agotado, busca entre sus vaqueros viejos una etiqueta de Marlboro. Le ofrece un cigarrillo a esa mujer bajita y embarazada llamada Leticia, parada en la galería de un local coreano; cambia su cuerpo por monedas. Comparten un cigarrillo sin decir nada.

-Me tengo que ir- confiesa.

Leticia apenas lo saluda con la sonrisa triste. En la esquina de la terminal de ómnibus, bajo la sombra de dos álamos marchitos, se ve la silueta de ese ciego con barba que vende pilas, películas piratas y lapiceras. A su lado pelos pintados de amarillo, cambian dos cajas de alfajores artesanales por dos pesos. El relojero cruza por las boleterías hasta llegar a su destino e  imagina que Eva debe vagar distraída por los pasillos del hospital La Maternidad. Una camilla la lanza contra la ventana. En la pared de enfrente, una mujer le da la teta a su hijo y con la mano derecha tranquiliza a su nena que no para de llorar. Aburrida, Eva acaricia su flequillo para  recibir en la  sala de urgencias dos mujeres

-La nena ya no come. Tiene nauseas- dice la mayor.

-Aja ya veo, ya veo. Resulta que la nena ya no es nena. Su hija va a ser mamá- responde Eva sin sutilezas.

Madre e hija se miran en silencio hasta que alguna de las dos llora. La otra la consuela. Eva las abraza un rato sin saber que Marcos saluda al relojero. Luego le dice con sus brazos apoyados sobre un carro de maletas:

-Que haces querido, ya vamos a comer un asadito. Vos sabes que me duele la espalda-

-Y claro, lo que pasa es que vos no haces nada a parte de laburar- responde el relojero.

El humo de los colectivos lo hunde en la realidad.

-Ya me voy a comprar una bici robada. Son más baratas licenciado. Voy a venir al trabajo en bici, ya vas a ver- Remata Marcos.

-Es buena esa ¿Vos donde vivías?-

-Allá al sur, en Inaudi-

-Ah cierto ¿Queres un pucho viejo?-

-No gracias Pa. Vuelvo al trabajo, va a llegar un colectivo de Buenos Aires chabón-Sonríe Marcos perdido entre las maletas.

-Dale, suerte con eso- Contesta y mira la hora.


Al escuchar el aullido del lobo, el relojero sabe que la jornada laboral concluye. Asciende por la escalera eléctrica detrás de un travesti que carga jaulas vacías. Ve los colectivos estacionados en los andenes, el correr apresurado de los viajeros, dos enamorados abrazados. En la segunda escalera antes de salir de ese monstruo de cemento, descubre a la mujer de ojos celestes y tarros de plástico. Rodeada de palomas, saca un cigarrillo y le pide fuego con el único fin de preguntarle la hora.

-Son las siete- responde el relojero

-Siempre son las siete- afirma la mujer de ojos celestes pero no se imagina que las luces del hospital pintan terapia intensiva. Los nocheros o médicos de turno inician su guardia acompañados por residentes nerviosos. Eva busca su mochila de colores y se despide. Se saca la caspa de la cabeza con sus dedos finos. Sin notarlo se pierde por las calles de Alberdi. Escucha la sirena de policías inquietos. Ve a un hombre acostado en la misma esquina de siempre protegido  por el mismo local abandonado de siempre.

Aureliano aúlla por la ventana cuando huele los cigarrillos de Eva que recorre la casa a oscuras. Led zepelín suena por los parlantes otra vez, y con los ojos cerrados, ella levanta las manos mientras mueve la cintura. Al rato la ducha la cubre con gotas de tiempo. Piensa en Aureliano, en los relojes, en sus naranjas, en las hormigas,  en una canción  pero no encuentra el shampoo y recuerda que la ciudad se ve distinta sobre el Boulevard Illia; no hay mujeres olvidadas, ni Leticias ausentes. Tampoco se escuchan las locomotoras de un tren fantasma. Los automóviles, los colectivos parecen nuevos. Todas las luces funcionan y no se respira el olor a cloaca. En ese espacio donde otra Córdoba comienza, alimentada por estudiantes insomnes preocupados por exámenes finales y edificios de ladrillo visto, el relojero no deja de pensar en los tiempos que todavía no vivió.

-Córdoba es una gran metáfora- recuerda.

Bajo la sombra de los árboles, mira como Aureliano lo vigila desde el balcón.

-Aureliano- grita.

El animal salta sobre sus brazos. Eva  con el pelo húmedo, hierve aceite y pinta sus uñas color celeste. No deja de pensar en las hormigas. Al escuchar  la voz del relojero apaga la radio. Se sientan en la mesa  para compartir un silencio necesario.

-¿Qué será de nosotros mañana?- pregunta ella mientras le sirve un poco de vino.

.-Ni idea flaqui- responde luego pela las papas. Se quita su reloj pulsera y prueba el vino de quien descubre consuelo en esa pregunta necesaria. Solo eso importa.




19/10/15