martes, 14 de junio de 2016

Abrí los ojos y te perdí en Santiago (crónica apresurada de Chile) por Lukas



I.

Antes de perderme en la ruta, de contar las estrellas en el cielo, de fumar un cigarrillo frente al Pacífico, pero después de comprar papas, golosinas y preservativos a precios mayoristas, descubrí que las ruedas del colectivo estaban muy bajas. No soportaron tanta carga y se refugiaron en el taller de la empresa.
Los pasajeros toman aire aunque llenan sus pulmones con nicotina e insultos a los choferes, alguno incluso amenazan llamar a Cadena tres. A lo lejos, unos artesanos se alejan y calman la ansiedad con posiciones extrañas, los envidio. Intento conversar con mi compañera de asiento que enojada habla del universo y el sur de chile. Así comienza este viaje improvisado.

Dos horas más tarde, con cinco cigarrillos menos, rodeado por la ruta, hablo con Teresa. Ella tiene 25 años y una niña que la espera en Mendoza. Se divorció joven, luego entró a trabajar en una mercería. Vivió siete meses acompañada por sus miedos hasta quedarse encerrada en los laberintos de la depresión. No podía estar sola, extrañaba a su familia. Habló mil veces de cuanto necesitaba a su familia, mil veces.
En una mañana de Enero, Teresa conoció a un “negro de Sudan” según sus palabras y la vida volvió a interesarle. Aparecía todos los días en el local donde ella trabajaba, la conquistó por cansancio, según sus palabras. Ahora, viven juntos mientras venden carteras en la ancha  geografía de un país llamado Argentina.
Ella regresaba del festival de Jesús María, durmió poco en un hostel sucio. El negro de Sudan estaba en las grutas: “En esta época se vende mucho por allá” me explica para después decirme que es tarde y tiene sueño.
 La mañana me descubre desprevenido sobre lo que es o fue alguna vez Mendoza. Ciudad de trolebuses viejos, calles sucias y un sol que arde sobre el pasto, denuncian la fotografía de un lugar consumido por el tiempo. En mi bolsa de tesoros, un paquete de galletas oreos promete ser mi desayuno y almuerzo.
Superadas las aduanas que parecen eternas, luego de haber recorrido la cordillera en caminos de asfalto, se presenta lo que promete ser Santiago de Chile. En el lado derecho de la ruta, la cordilla dibuja colores de tierra mientras que en el lado izquierdo, se pinta un río protegido por montañas y flores amarillas.
Cerca del agua, bordeando las rocas, se dibujas las vías del ferrocarril, pero no están abandonadas, ni son el rastro del pasado como en mi tierra. Sobre ellas, avanza un tren cargado de misterios que no comprendo.
Sobre la urbe, los edificios viejos son cubiertos por tiendas comerciales y rascacielos vacíos que definen un barrio llamado Providencia. El desembarco sucede en una terminal de ómnibus igual a cualquier otra terminal latinoamericana, pero con Mc Donald, local de electrónica y casas de cambio oficial.

II.

En Santiago abundan  vendedores ambulantes que en lugar de ofrecer medias, lentes baratos o películas piratas, venden chipis, tarjetas de memoria, cargadores portátiles, auriculares entre otras maravillas tecnológicas.
Dos ciudades se disputan el mismo espacio, abajo el subte, el orden, la limpieza precios extranjeros (viajar en subte cuesta 740 chilenos, un dólar) Arriba linyeras, carabineros, banderas del che, imágenes de Pinochet y una estatua de Salvador Allende. Todo explota pero todo se sostiene.
Sobre Avenida Libertador se levanta  la Fortaleza de Santa Lucía: Un foco de resistencia frente al avance Español. Ahora, cuando cae la noche, travestis ofrecen su amor, adictos a la cocaína gritan y entre escaleras abandonadas,  banderas de chile son levantadas por hombres de barba que piden cigarrillos.

III.

La luna en Avenida Libertador ilumina lo que el sol esconde por los ruidos de una urbe que siempre estalla pero nunca se destruye: Un Mc Donald que vende sobras a linyeras que se lo regalan a sus hijos. Los mismos pobres venden toda la noche comida frita frente a las persianas bajas de Falabella.
El Cerro Santa Lucía termina donde comienza el centro cultural de Santiago donde comienza una calle llamada Lastarria. El diluvio continuo de Santiago cubre Casonas viejas transformada en bares alternativos, calles de piedra, murales y luces amarillas. Vendedores callejeros exponen libros viejos de Neruda, algún libro de autoayuda y pedazos de papel que antes fueron best seller.


Me siento en un bar llamado utopía donde para pedir cerveza antes tengo que pedir comida. No tengo mucho dinero, pero en Chile hasta en local más abandonado por Dios, acepta tarjeta. En la mesa de al lado, dos mujeres rubias hablan en inglés.
Los bares cierran a las once pero la ciudad no duerme. Vendedores ambulantes todavía ofrecen comida, algunos cocaína y hasta cerveza. Los amantes se prueban en los bancos de Santa Lucía mientras otros fuman marihuana vestidos por una lluvia que parece nunca terminar. Los subtes cierran a la doce pero los colectivos no se detienen y continúan su camino hacia la nada.

IV.

Amanezco más o menos temprano, el aguacero no termina. Bordeó el río, cruzó plaza Italia y me detengo bajo la universidad de derecho, en barrio Bella vista. Calle constitución es rodeada por bares, ahora cerrados, que de noche ofrecen bebidas espirituosas a estudiantes dispuestos a cambiar el mundo, coger o emborracharse para olvidar su pasado. Tal vez, algunos valientes realicen todo al mismo tiempo en una noche desesperada.
Constitución termina donde comienza el museo Pablo Neruda. La primera de tres casas que tuvo el poeta, la cual llamo “La Chascona”. El poeta se enamoró de varias mujeres aunque se entregó a los cabellos despeinados de Matilde  que en quechua significa Chascona.
Neruda pensaba que las copas debían ser de colores porque hasta el agua se veía divertida. El sueño terminó, cuando Pinochet robó el poder. Pablo se entregó a su enfermedad y deseo morir en su casa.
Los mercenarios de la dictadura destruyeron su hogar y amenazaron a Matilde. Ella, hizo lo que cualquier otra persona hubiera hecho, transformó el velatorio de Neruda en el primer acto de rechazo a la dictadura de Pinochet. Fue una de las  primeras mujeres, personas, que se opuso abiertamente al gobierno.
“La chascona” se transformó en un barco naufrago bajo la violencia de un Estado que en total torturó, secuestró y asesinó a 40000 personas, de ellas 3065 están muertas o desaparecidas entre septiembre de 1973 y marzo de 1990, según el informe realizado por la comisión Valech.
El informe realizado durante la presidencia de Piñera, fue criticado por Organizaciones de derechos humanos ya que la comisión Valech rechazó más de 22 000 casos. La moneda guardó silencio frente a los resultados. Atrás queda Neruda aunque todavía no me olvidó de 40000 personas que ahora me acompañan en mi ascenso hacia el cerro San Cristóbal.

V.

El sol aparece, después de todo, comienzo mi ascenso a pie hacia la punta  del Cerro San Cristóbal. Camino a paso lento pero seguro, todo el sendero está marcado, a medida que me acercó a la colina los edificios de la ciudad se entremezclan con la cordillera. Torres de vidrios habitadas por franquicias, conviven con edificios viejos ocupados por estudiantes, empleados de comercio y miembros de la administración pública.
Mi andar es acompañado por familias y seres pegados a sus bicicletas elaboradas en algún país extranjero y lejano. La salud física es importante para los habitantes de Santiago, la bicicleta es el vehículo que más utilizan ya sea para proteger el medio ambiente o por el alto precio del transporte.
Sentado ya en la colina, rodeado de familias, lápidas que se levantan a cambio de sumas de dinero a la iglesia, la infraestructura de Chile no deja de sorprenderme.  Desde el Cristo se observa la torre más alta de Latinoamérica que es un shopping y un centro de oficinas. Sin embargo en los últimos años, pese a que ha disminuido el desempleo,  aumentó la demanda de empleados de cocina, comercio y construcción y disminuyó la demanda de empleo clasificado. Lo que en el mediano plazo significa un estancamiento del trabajo.

VI.

Mareado por los edificios, aturdido por el ruido, vuelvo hacia el corazón del monstruo, vago por calles vestidas con basura, linyeras y turistas extranjeros, el azar me conduce hacia el palacio de la moneda, hacia el centro cultural Palacio de la moneda y plaza de la ciudadanía. Se trata de una galería construida debajo de casa de gobierno. A parte de precios inflados para extranjeros, galerías de arte hípsters y fotografías que muestran el pasado próximo de chile, se encuentra un cine.
Los hilos del viajero errático me hacen notar que en chile se desarrolla un festival de cine latinoamericano y que en la sala proyectan Allende en su laberinto. Película donde se describen las últimas horas de resistencia del presidente, frente al avance del golpe de Estado perpetuado por Pinochet y Estados Unidos.  
Lo interesante no es ver al político en su laberinto, en sus miedos, en sus propias contradicciones, lo importante es observar a los espectadores luego de acabada la cinta. Sentados sobre las butacas tienen los ojos brillosos, se aferran al apoya manos, otros cubre sus bocas y se quedan horas pensando en todo lo que perdieron, en todos los que desaparecieron, en todo lo que pudieron ser y en todo lo que son. Dos estudiantes no dejan de ver el suelo. Una mujer esconde su rostro pero no calla el ruido ahogado de sus labios. Allí en  la diminuta sala de proyección construida debajo del Palacio de la Moneda, todo el pasado se refleja en los ojos de una dama  todavía joven pero muy cansada. Ella agobiada por los golpes de su historia, no puede levantarse de la silla.
Vuelvo a perderme en la ciudad y me dirijo hacia ese primer mundo ubicado debajo de la tierra llamado metro. Parto hacia el museo de la memoria. El edificio fue levantado por Michel Bachelet, en la primera parte se observan varios juicios de lesa humanidad desarrollados a lo largo del mundo; luego imágenes de Chile donde Pinochet asesinó o secuestro y se levantaron monumentos en honor a las víctimas.
La escalera me lleva hacia la sala principal que proyecta eternas veces, las imágenes de las fuerzas armadas chilenas destruyendo el palacio de la moneda. En diferentes auriculares se escuchan la radio de la época y las últimas palabras del presidente.

El museo se encuentra rodeado de artesanías que desarrollaban los presos políticos mientras esperaban su libertad o su condena. En un espacio se observan las cartas y dibujos enviados por niños a sus padres, más adelante la imagen de una mujer que fue encontrada violada y muerta al borde del mar. Siempre en cada sala, en cada espacio una persona llora. Es todavía tan joven la democracia en chile, en 1990 el pueblo volvió a elegir su presidente. En el recorrido se descubre la prolija persistencia de Pinochet por no recuperar la democracia, la complicidad de Estados Unidos y las personas que murieron sin entender muy bien porque. La Dictadura termina y los rastros de una desigual ciudad Latinoamericana se respiran en la urbe.

 VII.

A lo largo de toda la ciudad, el Estado siempre se encuentra presente, de una manera violenta, sugiere, ordena determinadas cosas a los caminantes. Lo hace sentir incómodo si es necesario, lo importante que la ciudad este limpie o que se levante la caca del perro, lo importante es el orden. La presencia constante de los carabineros nos hace imaginar una ciudad sumida en el deber ser, en la obediencia aunque entre las sombra, la resistencia se refleja en actos de vandalismo que pintan las paredes con declaraciones de libertad y Anarquía.
El Estado deseo neutralizar el problema con amenazas y humillaciones pegadas en las paredes, pero la resistencia respondió con más frases y aerosol, aumentaron los carabineros, las pintadas también. Cuando se entendió que en la violencia no se hallaba respuesta, se propuso desarrollar murales en las paredes abandonadas, nunca más fueron destrozadas. Los murales hablan sobre la integridad del cuerpo y la emancipación de la mujer frente al capitalismo del cuerpo.

En Santiago, el capitalismo del cuerpo se refleja en la cantidad de cabarets que se encuentran en la ciudad, en una cadena de cafeterías llamadas Haití donde mujeres con ropas apretadas y curvas pronunciadas ofrecen expreso, en bares escondidos en la zona financiera donde mujeres apretadas atienden y otra vez en cabarets escondidos en galerías de comercio. El sexo es una mercancía, el cuerpo una herramienta.
EL consumo no solo se expresa en la sexualidad se dibuja en malls, incontables malls que se descubren en cada esquina, mercadería importada y sin barreras, una droga adictiva para cualquiera que consume. Los electrodomésticos y la ropa de marcan son accesibles aunque la energía, el transporte, las autopistas y la nafta sean altas. Aquí Chile se asimila, se dibuja como cualquier otra ciudad perdida en los hilos del capitalismo, aquí tal vez mis palabras acaban.

Me hundo otra vez en aquel primer mundo llamado metro, hacia la estación pajaritos, mi próximo destino: Valparaíso, pero es otra historia.

lunes, 13 de junio de 2016

El problema no son las armas por Lukas




Si el humanismo ha muerto en esta época, la palabra se transforma en algo abstracto, incomprensible. Si olvidamos la humanidad de una palabra, olvidamos tal vez nuestra humanidad. Si usamos conceptos solo para estructurar elementos, nos deja de importar la comunidad en la que nos hallamos.

Entonces “el otro” con sus respiros y sus palabras, nos molesta, nos parece el responsable de todos los males que rodean una sociedad, en donde lo social es una palabra y el individuo una verdad. El que vive al lado nuestro, el que paga los mismos impuestos que nosotros, el que busca el sueño americano como nosotros, es una amenaza por una clasificación arbitraria de nuestra individualidad.

El quiebre social se expresa en un conjunto de valores que por ser irreales, nos parecen verdaderos, vemos en el pasado, en alguna frase suelta de una biblia que nadie conoce, una verdad universal. Nos atamos desesperados a una oración que no significa nada, pero reemplaza todo lo que nuestra humanidad antes contenía.

Una oración arbitraria constituye muros mentales, sociales, donde el otro es negado. Si nos molesta su forma de vida, si nos incomoda su lenguaje, si nos irritan sus valores, lo encerramos, lo aislamos. Pero al que negamos, al que aislamos, nunca deja de ser nuestrx vecinx, de comer en los mismos lugares, de visitar los mismos espacios, de usar el mismo transporte. Todo lo que nos repugna, todo aquello que construimos en nuestras menta estalla en una individualidad sociópata.

Nos aislamos y encerramos hacia el interior oscuro de nuestra mente, donde creemos que todo aquello inventado por nosotros, alguna vez fue  verdadero. Consumido por el odio, el sociópata busca una respuesta inmediata.

En tiempos donde nos encontramos conectados con medios, internet y redes sociales, pero desconectados del otro, e incluso del que duerme al lado nuestrx, la única respuesta posible es un show que genere impacto sobre los que están cerca y sobre los que miran. No importa si en el espectáculo se mueren personas, tal vez el morbo sea la única de forma de lograr una conexión social para un sociópata, un enfermo, un imbécil.

Tan aburrida, tan predecible se ha vuelto la vida en las clases medias desarrolladas, que solo ven la trascendencia en un video de internet, o en estar cinco minutos en la televisión sin importar el precio.
Ahora la violencia se expresa, cuando un ser trastornado, aislado, es incentivado por el propio Estado donde habita. En Estados Unidos comprar un arma es más fácil que acceder a medicamentos. Cualquier inadaptado, puede comprar en internet un rifle AR-15 semiautomático considerado arma de guerra.

En lo que va del 2016 hubo 133 tiroteos masivos con un total de 207 muertos. El domingo durante la madrugada, un desquiciado alimentado con prejuicios sostenidos por palabras arbitrarias que solo imaginan un mundo irreal, asesinó a 50 personas y 54 fueron heridas.

Los medios masivos del norte plantean que esto sucede por el libre acceso a las armas, por el lobby corrupto de la Asociación Nacional del Rifle (NRA). Es verdad, pero también podemos pensar que es tal vez, un discurso a medias.

Estados Unidos es uno de los pocos países desarrollados que tiene una tasa tan alta de personas cristianas, esto se debe a la pluralidad y diversidad de grupos religiosos que surgen en el país. No existe una religión centralizada como en Europa o América Latina. En números significa que el 73 % de los estadounidenses se identifican como cristiano. En sí mismo no significa nada, pero plantea una realidad donde la mayoría de los miembros de la corte suprema y del congreso son conservadores o Republicanos.

Es verdad que el responsable del hecho era de origen Islam pero el hecho en sí mismo no es una expresión aislada, se trata de una persona criada y nacida en Estados Unidos. Un sociópata no busca coherencia en su accionar, se trata de un individuo cualquiera que constituye una serie de elementos, palabras para crear su propio relato y justificar su actitud enferma. En esa mentira creada se entremezclan valores culturales propios y valores sociales de la cultura en donde se halla.

Ahora ¿Por qué florecen sociópatas en Estados Unidos? no debe haber una única respuesta. Si la posibilidad de encontrar diversos caminos que se explican por la historia de una sociedad que tiende a lo individual, a constituir comunidades aisladas, sostenidas y defendidas por el Estado.

Estados Unidos aparece como un conjunto de comunidades individuales que crean un gran Estado para defender sus intereses. Un Estado sostenido por el trabajo autónomo de su población blanca, según el relato oficial.

Pero el Estado fue levantado por la población esclava negra, mientras se masacraban las comunidades originarias, bajo principios puritanos. Todo aquel que no era blanco y puritano quedaba fuera del Estado pese a que sostenían y definían el Estado.

Hubo guerras civiles, hubo conflictos sociales, que luego fueron asimilados por las Elites Anglosajonas. Mientras esto sucedía, millones de culturas nuevas y expresiones humanas diversas se desarrollaron. Sin embargo, por dar un ejemplo, se aumentó en un 400 % el presupuesto tendiente a crear barreras para inmigrantes, pero no se disminuyó el gasto en armas.


Si un Estado sostenido en base a comunidades individuales y puritanas, se levanta bajo el sudor de todos aquellos que no son blancos y puritanos, aparece una red de sujetos sociales que ven en la palabra una individualidad y en la comunidad una utopía. El solipsismo florece en todos  migrantes que ahora sostienen el Estado pero no son reconocidos por la clase media blanca y puritana.

Todo aquel que no es blanco y puritano es un monstruo potencial que debe ser aislado. Al monstruo que usa un arma se lo asesina con otra arma, según el vicepresidente de la Asociación Nacional del Rifle.

El otro no existe, es solo un objeto, una herramienta de producción, un artículo desechable. Si quiera acabar con su vida le regalamos un arma. Si el monstruo asesina otro monstruo, se trata de un hecho aislado, no de una enfermedad social, aunque en  este año hallan muerto 207 personas.





viernes, 10 de junio de 2016

Utopías en tiempos de ruido por Lukas




Los ojos de León parecen cerrados aunque en realidad miran la herida de su hombro. No le duele pero imagina cuanto tiempo la sangre caerá sobre su cuerpo. El capricho de su alma se materializa en aquella cicatriz que todavía no cesa. Hunde el dedo en la bala. Se marea pero no le importa. Con el dolor recuerda lo importante de permanecer en el mundo.
Piensa en la posibilidad de comprender otra realidad, de  creer que los sueños son posibles. Nada es tan complicado, pero es un hombre de pocas ideas.  Solo se sintió libre, cuando decidió robar el banco.  Él, contador de la Universidad Nacional de Córdoba, no sabe la razón por la que decidió escapar con  cinco bolsas de dinero en su Renault 12.

̶ Lo hice porque estaba aburrido.

Se dice a sí mismo aunque no encuentra consuelo en sus palabras arbitrarias. Con los billetes planea realizar la revolución, que su padre troskista, carente de ideas, nunca consiguió. Rodeado de bolsas de dinero, no adivina su universo.

̶ No se trata de mi situación, se trata de la situación.

 Comprende mientras abre las ventanas del departamento y se ve como el Robín Hood de la provincia sudaca donde vive. Cuando reparta los dólares del capital, la multitud  lo amará incondicionalmente. Las representaciones de su mente son las únicas verdaderas. No existe otro final en el cuento de su vida.

Los billetes caen sobre Avenida Colón pero a nadie le importa. En la ciudad hay demasiado ruido. Un policía gordito, algo rengo -abstraído en su pancho- descubre los papelitos hundidos en la mayonesa.
León escucha las botas subir por la escalera. Está furioso, se equivocó como su padre y descubre que el problema no eran los papelitos, ni las ideas, el gran conflicto de la humanidad es la situación.

̶ Todavía no es tarde.

Murmura mientras vierte una  botella de alcohol sobre los  bolsones de dinero para luego arrojar el cigarrillo de la victoria. Un fuego glorioso lo abriga. Destruyen la puerta la policía lo rodea. Antes de entregarse, mientras baila la cumbia de su vida,  grita:

̶ Solo nos queda bizarrearla.