domingo, 27 de diciembre de 2015

Silencios que aturden por Ignacio Francisco Boiero




Te quiero tanto como puedo, te vi y te veré y ahí estarás con esa mueca impávida que no sé contestar, no sé conocerte ni sé verte ni sé estar donde vos tan situado y cómodo divagas, no respiró tu aire ni comparto tu espacio, vivo en el humo lejos del ventanal de la exculpación, en medio de la asfixia que representa ese espiral de rechazo propio, en que me veo sin verme, lejos de cómo deseo sentirme, así tan desdichado y sólo, tan lastimero para los demás y tan perdido para conmigo. Así estoy esperando por vos sin esperarte más que en los compulsivos jirones de tu boca mientras oigo alegatos desgraciados y tan sobrios. Y la espera, la excitación de recordarte cuando estoy buscando retazos de cosas para olvidarte, sin dejarte; así alucino yo mi amor; así vivís vos para que viva yo o tal vez yo viva para pensarte a mis espaldas, en la muerte, en el momento de la nada, el acontecimiento del vacío, en que entre telas y bordes me desarmo, con esa ansiedad de ver tu picardía y tu alma, con la ansiedad de sentirte liviano frente a tu balcón de plantas, con la envidia de pensarte respirando sobre ese pecho tieso que te tiene vivo y naciente. Muerte y vida antes de perderme en la última quietud antes del día, donde ambos estemos realmente muertos, donde no haya nada de lo que quizás podría haber sido, y esperando no pensarte para sentirte en cada sollozo, en cada tramo de esa espera tensa hacia el borde de la muerte, otra vez.

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