sábado, 5 de diciembre de 2015

Mil pedazos por Nair Ehdad



Solo se podía ver mi capucha y mis pasos que eran como en salto, iba saltando  los charcos que había en el barro, era tan de madrugada que quizás algún vecino llamaría a la policía y como si fuera poco; iba a terminar preso. Antes de que eso sucediera en vez de tocarle el timbre a Norma le empecé a gritar por la venta, sé que da a su cuarto, le dije con voz tranquila: -Norma, mil disculpas soy yo Gustavo, esta vez me he quedado sin café, sé que cerró hace unos minutos pero ¿Podría venderme café?- . Con voz ronca me respondió:  – Ya te abro-.
Se escuchaban sus pantuflas que raspaban el piso, su andar era despacio, adecuado a su edad que seguro rondaba los setenta. Su instinto era tan maternal que no me retó por despertarla, sino que lo hizo porque estaba desabrigado y andando bajo la lluvia.  Luego me miró con ternura y me dijo: -¿Cuál vas a llevar en grano ó instantáneo?-.  Le pedí uno de cada uno y se rió.
También me dijo que me llevara uno, así después volvía cuando se me acababa,  que a ella no le molestaba atenderme a deshoras y que cada vez que le hablaba en la ventana le alegraba escuchar mi voz, en el barrio habían empezado a decir que yo no estaba bien.
Como era de esperar hice de cuenta que no dijo nada, le pregunté si tenía cambio de cien, entonces le pagué y ella me dio el cambio. Di media vuelta para irme pero como soy torpe me llevé puesto el estante de papitas y las bolsas rodaron por el piso, suspiré hondo y me puse de rodillas a recoger una por una.
Se ve que ella sintió que era el momento para decirme unas palabras, ella que ni siquiera sabía lo que me pasaba, no era ni mi abuela, ni mi madre, pero me lo soltó. No recuerdo exactamente sus palabras, aunque dijo algo así como: a todos en algún momento en la vida algo nos descoloca,  nos pincha la burbuja y no sabemos dónde disparar, todos quieren correr y nadie sabe dónde. Lo mejor es quedarse quieto, dejar que el malestar se quede, recorra tu cuerpo; hasta que se aburra y se vaya como llegó.  Yo terminé de levantar las bolsas, la miré, no emití ni una mueca, le di las gracias y me fui.
Ya en casa con la pava puesta al fuego, esperé que hirviera con la taza en una mano y la bolsa de café lista para ser abierta. Mi ansiedad era tal que transcurrían unos cinco segundos y le sacaba la tapa a la pava, esperando ver ese temblor; ese temblor justo antes de que el agua se llene de las burbujas del hervor. Era eterno el momento, deseaba tanto que se calentará rápido, ¡quería ya mi café!, como quería ya dormir, como quería ya sentirme bien, como quería ya pasar el mal trago del momento de mierda que estaba viviendo. Todo tenía que ser ya, todo tenía que saciar mi ansiedad, mi intolerante sensación que nada la conformaba, que nada la hacía entender que quizás solo debía esperar aburrirse e irse como dijo Norma.
Bebí a sorbos el café y me fui a la cama a probar suerte.
Ojalá el insomnio a vos también te corte la noche en mil pedazos. Eso pensaba cuando resonaban sus putas palabras en mi cabeza, quería no ser el único al cual le quedaba una larga noche por delante. Mis pies tocaban el piso frío, me senté en el final de la cama. No podía dejar  de escuchar la llovizna copiosa de afuera, las ínfimas gotas chocaban la ventana de mi pieza.
Y pensar que en algún momento de mi vida mis pies no llegaban a tocar el piso, que gratificante esa etapa de la niñez cuando colgar de algo o de alguien era una postura natural; piernas cortas y pequeñas balanceándose  a ras de una silla, brazos cortos y pequeños colgando del cuello de un adulto.
Pero ya no soy un niño, soy un adulto que se acaba de despertar del fracaso que fue su intento de dormir. Mi pesadilla es simple y concreta, lograré unos diez minutos en llegar a dormirme y unos segundos tarde en despertarme. Es sumamente desequilibrada la balanza del tiempo. Puedo aún escucharlos como si estuvieran aquí, los escucho detrás de mi pared, su llanto desgarrador, el llanto desgarrador de los hijos que no tendré, de los hijos que no podré socorrer.
No creas que digo esto al pasar, ese maldito doctor me dijo hace dos semanas que soy estéril, ¡que soy estéril!; como el puto cemento, como la puta piedra que no tiene vida.

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