miércoles, 16 de septiembre de 2015

Sucedió en America escrito por Un Tal Lukas






Dos años después de la masacre sucedía  en la capilla de Mirasierras, el coronel Falcón aspira cocaína y vuelve a descubrir los mismos fantasmas de siempre.  Carga sobre el cuerpo un rostro pálido orgulloso aunque acorralado por los muertos. Hoy primero de mayo obreros anarquistas, levantan banderas donde se exige la renuncia del Falcón  y el devenir infinito de las estrellas. El poder responde con metralletas acompañadas por profecías de muerte cumplidas.

Tres días más tarde, un cuatro de mayo de 1909, viudas, huérfanos y abandonados, reclaman frente a la morgue los cuerpos de sus hermanos. La represión es aún peor, el odio crece como una semilla que germina en corazones de espectros que alguna vez fueron personas.

El 14 de Noviembre un hombre vestido de negro tomó el tranvía 17, se detuvo en Callao y Quintana. Esa mañana la lluvia parecía apaciguarse. “Que el olvido no nos olvide” gritó antes de lanzar la bomba sobre el auto Milord donde Falcón perdió las piernas, quemó su carne y luego se hizo polvo de estrellas. Muerto por la vida, de eso se trataba. Un suspiro de Libertad se respiró ese día. Simon Radowitky fue condenado a una prisión nacida en el fin del mundo.

Cuarenta siete años después en esa isla de centro América llamada Nicaragua, el poeta errante cargo su Smith and werson calibre treinta y ocho para confesar “quería morir con los colores de la bandera”. El otoño comenzaba. Horas antes, se acercó al rancho donde leyó sus primeros versos, conversó con su madre hasta que el sol se durmiera. Luego amó a su compañera por última vez, vistió su traje color cielo y cargó su pistola. Caminó decidido hasta su destino pensado. Sabía que su cuerpo junto a su alma ya no le pertenecían, ahora solo se encontraba atado al devenir de los hombres.

El poeta se paró erguido frente al Dictador Somoza Garcia para luego descargar cinco balas sobre el bastardo, de las cuales cuatro perforaron su cuerpo y le dieron final a su oscura existencia. Algo parecía cambiar. La respuesta inmediata fueron una tormenta de plomo que atravesó al mártir llamado Rigoberto Lopez Perez. Su familia, su amada, fueron torturadas, violadas y asesinadas. Sombras.

El devenir del pueblo el primero de enero de 1959 gritó “solo somos ochenta, pero derribaremos a Batista”. La dignidad expresada en un abogado ortodoxo y moralista se constituyó en playa Giron. Una mancha de tinta roja coloreaba la historia oficial. Las calles de Cuba se llenaron de hospitales, profesores y la tierra dejó de ser un privilegio. Luz.

Ocho años después al borde de las ruinas del glorioso imperio Inca, un golpe militar recupera la tierra, el petróleo y la identidad. Pero el invierno llegó, ni los militares se salvan del capital.

El once de septiembre de 1973 las bombas caían sobre la Casa de la Moneda. El delirio fue dirigido por un torturador que  murió el día internacional de los derechos humanos. Antes de colocar el revolver sobre su cabeza Salvador Allende gritó: “Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse”. Noche.

Tres años después, un 24 de Marzo, Gardel a las tres y diez de la madrugada, dejó de cantar para ser reemplazado por la marcha militar. Esa noche, en el momento más oscuro de la humanidad, el cielo volvió a llorar sangre como sucedió durante la masacre en la capilla de Mirasierras. Volver. Sobre la urbe se decapitó todo grito de libertad, justicia. Un par de viejas olvidadas vagaban cansadas de desaparecer. Treinta mil rostros fueron negados por el Estado, treinta mil cuerpos desaparecieron, treinta mil fantasmas se transformaron solo en palabras, en pasos de familiares por las comisarias.

También el 24 de Marzo pero cuatro años más tardes, en esa isla sin salvación llamada El Salvador, un sacerdote que buscaba la salvación, fue asesinado de un disparo al corazón. Oficiaba la misa en el hospital de la Divina Providencia. Intentaba acabar con la Guerra Civil. Era un hombre conservador que denunció las bestialidades del régimen nacido en las entrañas del infierno. “Amaba al prójimo como a sí mismo”. En su rostro se veía la silueta de un ser tranquilo aunque desesperado. No soportaba ver a sus monaguillos asesinados por la policía paralela.

La mañana de su muerte Monseñor Romero soñó con serpientes, al despertar sabía que final se aproximaba. Gritó antes de salir del cuarto “Dios mío ¿Por qué me has abandonado?” Vistió sus ropas sacramentales, se persignó frente a la cruz y miró al cielo por última vez. Esperaba una respuesta. Saludó a sus monaguillos. Antes de decir la primera palabra, la bala perforó su corazón. Cayó de espaldas con los brazos abiertos. Miedo.

Luz y oscuridad, oscuridad y luz colorean ese invisible polvo de estrellas esparcido por el sur. Algo los separa, algo los une.


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