lunes, 28 de septiembre de 2015

La tragedia y el teatro por Martín Perea





En las fiestas de Venecia, se acostumbra a usar máscaras. De hecho, las mejores máscaras reciben premios y menciones. Aquellas que destacan sobre las demás por su originalidad o creatividad.
La mayoría de los días, fuera de Venecia, la competencia es constante. La normalidad con la que se 

Lleva a cabo es el fruto de años de una obra dentro de un teatro gigantesco que muchos llaman mundo.

La fiesta de la vida se ve exaltada en los rincones más recónditos del globo. Allí, los actores, fieles a sus papeles, perpetúan su personaje con las acciones del día a día. El uso de máscaras es aquí más inquietante. No basta con tener una creativa sino también con jugar un rol en el teatro.

El acto principal es eterno y muchos parecen haber olvidado su comienzo. De hecho, muchos han olvidado que se encuentran actuando. La mayoría ni recuerda el momento en el que comenzó a usar la máscara. Es como si estuvieran atados a ella sin razón.

Otros pretenden llevarla orgullosos, cuando en realidad se quejan del casting aleatorio del que forman parte. Pretenden porque la obra debe continuar. Porque la magia y la ilusión están en juego.

Y no es sorpresa que aquí también las mejores actuaciones tengan premio. El juego de las máscaras se reproduce a través de los actos de las personas. Máscaras que se van formando y construyendo, que se pierden y se encuentran.

El problema ineludible para los sujetos es el olvido del carácter ambiguo de sus máscaras. Han dejado de portarlas meramente para actuar y han comenzado a defenderlas como si fueran su única cara. Y no lo es.

Detrás de aquella máscara se encuentra otra, una que no responde a la tragedia mundial. Sino que es parte de otra obra,una que desentona y asusta. Porque en la tragedia actual, las máscaras parecen ser agradables.

La obra oculta no es ni más creativa ni más interesante. Es simplemente otra. Y lamentablemente, ser otra es suficiente amenaza para la gigantesca escena ficticia que hasta el momento se impone.

A pesar de no querer aceptarlo, los otros actores llevan consigo la otra máscara, incluso algunos tienden a usarla por ratos cuando el resto no los mira. En esos momentos presencian parte de la obra oculta. Ven a los chicos que solían reír, llorando desconsoladamente. Ven al político y su micrófono inflando sus bolsillos de billetes. Ven a sus hijos orgullosos de defender a su país, siendo artífices de una guerra contra alguien que no existe. Ven al delincuente de su barrio siendo golpeado y perseguido por su vestimenta. Ven a las candentes mujeres de las calles sufrir de opresión machista. Se ven en el espejo y encuentran que aquel trabajador feliz es esclavo del sistema.

Y a pesar de todo, se vuelve a colocar la máscara de nuevo. Y sale a la calle en silencio, dejando de lado la idea de que al final, la máscara es su elección. Y esa, es la mayor tragedia.

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