miércoles, 18 de noviembre de 2015

Memorial del olvido por Ignacio Francisco Boiero







Elegí salir después de todos estos días, no por casualidad, anoche cené con mi vecina de piso, esa chica de la que te hablé cuando apenas te conocía y no encontraba nada propio con qué impresionarte. Compartimos té de jengibre y entre sahumerios recitamos monosílabos en japonés frente a la pared blanca. 
Cuando ya habíamos amanecido me hizo saber que me necesitaba, que los juegos le habían trucado los ahorros y que solo se tenía a ella misma. Me llevó, esquivando filas humanas ansiosas por correr hacia sus casas, bajo los cableados de las azoteas y aturdidos por el unísono de paletas giratorias. Volví a sentirme tan normal, tan común entre la muchedumbre, entre esa gente que hace colas el sábado por la mañana en las grandes tiendas dejando en un par de pagos su austeridad forzada y su resentida carencia. 
No te digo más porque sé que te importan otras cosas, que estás acostumbrado a no pensarme y que le ganaste a la culpa convenciéndote de que yo mismo había elegido mi encierro y que, después de los trajines y los sinsentidos del último año, nada podría ser peor, que valía la pena que lo intentara. Estoy decidido a no regresar, hoy encontré a muchos como yo, sudorosos cuerpos que conocía en su sufrimiento y que pálidos aprendían de nuevo a caminar. 
Me encontré acompañado en esa celda que me perseguía y me mantenía tras sus límites. La soledad la sentía con vos cuando me dejabas vacío después de tanta ansiedad y de tanto mojarme la nuca, morderme las orejas, cuando me dejabas impávido colmado de una excitación que te divertía, fuiste siempre más de lo mismo, más de esta gente que hoy me cruza, me roza y se disculpa, pero ellos son sinceros, no se detienen, no fingen que les valgo de algo. 
Si te escribo hoy es para pedirte que ya no te pares, que te sientas satisfecho de no acercarte y que me pienses muerto, muerto como esa flor que sin más arrancaste para arrojar a la nada, quiero que me ames como se ama a todo ser que ya no existe, bajo la sana docilidad de la memoria. Yo, por mientras, estaré intentando que no me reconozcas.

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