lunes, 23 de noviembre de 2015

José Elias Friedberg por Martin Perea








Entrevista al escritor argentino José Elías Friedberg realizada en el Hospital Psiquiátrico de la Provincia de Córdoba. -¿José cómo te afectó la esquizofrenia en los últimos años? -Tengo problemas más graves a los cuales atender, empezando por encontrar mis crayones y plastilinas. Miedos más terribles que me quitan el sueño, no quisiera ser aplastado por un piano en plena Avenida Colón. Después de todo, el suspiro de un borracho es más fuerte que el grito de un santo. -¿Crees que es una enfermedad que podes controlar o que te controla? No le temo tanto a sus puños, sino más a sus palabras, suelen ser disparadas sin preámbulo y me golpean mucho más fuerte. Al menos menos las piñas anuncian su llegada. -¿En los últimos años has sentido algún avance en torno a la escritura o la enfermedad? Me ofendo solo muchas veces pensando en haber cambiado algo. Pero al final me doy cuenta que el que cambia soy yo. O en el peor de los casos, ella. No tengo respuestas para eso hijo. Sólo esta lluvia y nuestra casa sin techo en La Falda. Y si no te habías dado cuenta, las nubes siempre estuvieron adentro, sólo que Sol las hizo parecer cielo. -No te estoy entendiendo ¿Podrías ser más claro? Creo que esta mesa siempre tuvo sus patas mojadas, porque el río no dejó de correr por esta casa. Como la gotera en la cocina nunca cayó en en el suelo. Siempre me cayó en la cara. -¿Cuánto tiempo crees que puedas seguir en este estado? Mi reloj canta desafinado, debe ser por las polillas y la humedad. Recuerdo que algunos días en aquel Septiembre me despertaba en las madrugadas con un rugido de tigre y cuando lo miraba era sólo una liebre dormida. Y yo dormía los minutos que las agujas marcaban, pero los segundos en sí nunca me parecían tranquilos. -¿Pensaste en construir algo nuevo en tu condición? A veces suelo pensar que tiendo a la autodestrucción, pero cuando logro destruirme por completo me encuentro sentado en el sillón del living, sin más que mis calzones y una botella de jugo. Tal vez, del eco de mi derrumbe, siga tratando de vivir este presente, lo cual debo decir, me resulta bastante agobiante e incluso aburrido. -Sigo sin entenderte del todo ¿Cuál creerías que es tu mayor obra literaria? Debería decir que son mis besos, sin ellos el sueño de ser cantante habría muerto en vano. Claro que mi carrera como músico es y será recordada por mis exuberantes letras de jóvenes enamorados, pero entiendo que aquellos fanáticos que han seguido mi trayectoria entienden que detrás de aquél simpático dulce romántico, se esconde un amargo chocolate viudo. Ese chocolate fue de vital importancia para soportar la absurda y necesaria carga de mi vida. -¿Te noto un poco cansado después de todos estos años? ¿Pensaste en retirarte? -¿Usted quién es? ¿Y por qué se incumbe en mis pensamientos? No ve que no tengo tiempo para dilemas racionales. Váyase. Sus preguntas sólo son respuestas camufladas. Váyase y corra hasta que sus pies lloren tanto que la tierra se moje. -Espere, no se vaya, perdón. No fue mi intención asustarlo. Regrese, no ve que el tiempo me observa, regrese por favor, necesito de mi infancia. No se robe mi cordura, temo no recuperarla jamás. -Aunque eso sólo me hace más cuerdo. ¿Me sostiene el micrófono? necesito prender un cigarrillo. -Claro ¿Para eso están los amigos verdad? -¿Desde cuando somos amigos? -Supongo que desde que me lanzaste de aquel precipicio en Formosa. Aún siento las llamas del auto quemándome la piel. -Sabes muy bien que las llamas vinieron de adentro. Mi cabeza siempre fue un infierno. -Y ella siempre lo supo ¿Verdad? -Lamentablemente sí. Sólo que su corazón era demasiado frío para calentarse. -En el fondo del vaso el vidrio quiso ser agua. Siempre agonizó estando con ella. Sólo que nunca terminó de abrazarla completamente. -Ambos sabemos que el agua y el fuego nunca han sido buenos amigos. Pero acá estamos. -¿Muertos? -No, todo lo contrario, vivos. Por amor. Amor al choque. -Entonces, ¿Muertos? -Sí, muertos.

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