viernes, 2 de octubre de 2015

Burbujas por Ana Sofia Rey







Era una tarde calurosa y el cielo encapotado indicaba que en cualquier momento se venía la lluvia. Renata suspiró, a su izquierda se levantaba una montaña de platos, fuentes y vasos, sucios. La fiesta por los setenta años de Mari Carmen había sido todo un éxito, tanto por la concurrencia, como por la escasez de pleitos familiares.

Le llamó su atención la consistencia del detergente, mucho más espesa que lo habitual. Deslizó la esponja sobre una ensaladera de cerámica, pensando en lo útil que resultaría un lavavajillas en ese momento. Abrió apenas el grifo para enjuagar la fuente. La cerró de golpe cuando una burbuja del tamaño de una pelota de hand ball apareció en la ensaladera. Le daba una lástima profunda reventarla, prefería en cambio contemplarla como a una joya, el tiempo que durara el espectáculo.  Con cuidado, Renata acomodó la fuente sobre la mesa redonda de la cocina.

Continuó la tarea con una jarra de cristal suizo. Bastaron unas gotitas de agua para que las burbujas aparecieran de nuevo. Esta vez, eran aproximadamente una decena, amontonadas como sardinas dentro de la jarra. Con la misma delicadeza que había usado con la ensaladera, Renata trasladó la jarra hasta la mesa. El fenómeno de las burbujas comenzaba a parecerle inusual.

Frente a la pileta de la cocina había una gran ventana que le permitía ver cómo los más viejos tomaban mate a la sombra de un algarrobo, mientras sus niños pateaban penales en un arco improvisado. Le daba bronca que los hombres nunca lavaran los platos en las reuniones familiares. En su casa, Ernesto fregaba igual que ella; pero ahí, reunido con otros paters familia, parecía un ícono más de la cultura machista.

Al enjuagar los cubiertos, diez glamorosas burbujas se adhirieron a su blusa. En vez de decrecer, la intensidad del problema empeoró con los platos, treinta ejemplares de porcelana cubiertos con grasa de vaca, pátinas de aceite y acheto balsámico. Los enjuagó con rapidez pero el fenómeno era imparable, en diez minutos las burbujas habían tomado la mesada redonda e iban ocupando la superficie de la heladera y el microondas. En el reflejo de la ventana pudo ver que su cabello ondulado se estiraba hacia arriba en esferas transparentes. Pensó que lo mejor era sacarse los zapatos de taco para evitar un resbalón, producto del contacto con las burbujas, que ya copaban el piso. Parecía mentira que un chorro de detergente pudiera generar tanto escándalo.

Muerta de calor, Renata se acostó en el lugarcito que aún quedaba libre en el piso de la cocina. Era fantástico ver las burbujas, que se iban amontonando en el techo, formando figuras polisémicas. El frescor que emanaban las baldosas en su  espalda, le aliviaba los cuarenta grados de sensación térmica.


Así estaba cuando apareció  Maxi dando pasos cortos e inseguros. Renata se sentó para recibir al gurí, que caminaba derecho hacia sus brazos. Sólo cuando  Maxi atravesó la burbuja sin pincharla, Renata se dio cuenta de la fina y transparente capa que la separaba del mundo. Desde allí podía ver a su hermana, la mamá del Maxi, que terminaba de lavar los platos sin los inconvenientes burbujísticos que le habían hecho la tarea imposible minutos atrás. Volvió a escuchar, como en la adolescencia, la frase de su madre: “hija, vivís en una burbuja”. Ahora podía decirle que tenía razón, ella vivía en una burbuja de esas que se ven de muchos colores cuando las atraviesa un rayo de sol y se elevan fácilmente con apenas un soplido de niño. Lo comprendía todo en ese instante, en que Maxi se elevaba con ella y atravesaban juntos la puerta del patio, empujados por una suave brisa de verano.

No hay comentarios: