El problema no es que duerma, el problema es que no quiere despertar.
La habitación pequeña coloreada por pinturas opacas, es iluminada por el sórdido tubo fluorescente. Sobre la incomoda cama, los ojos de Camila parpadean con el temblor de sus manos inconscientes; el cuerpo confiesa reflejos esenciales. El reloj marca las cuatro mientras la ventana muestra seres insomnes que esperan las luces verdes para avanzar. Las bocinas no se escuchan pero las personas tampoco gritan.
El ventilador gira sin permiso aunque
Horacio siente el pesado sudor caer sobre la espalda. Ese no es su mundo. A su derecha el rostro de Dolores es un océano
verdoso que no acepta el invierno; solo repite despierta, despierta.
El reloj marca las cuatro. La enfermera
obesa, con cabellera corta colorada, se acerca a Camila. -Estas drogas
relajaran sus estímulos- susurra.
Horacio asiente con la cabeza.
-Despierta- grita Dolores.
Camila tiembla menos. Horacio se siente
agotado pero no cierra los ojos, cree que ya está dormido. Quiere levantarse de
aquella incomoda silla y acariciar las manos de Camila. No lo hace, tiene miedo.
¿Habrá alcanzado el sueño? Todo flota en una eternidad inmóvil, Horacio no
está seguro. Intenta hablar con Dolores, pero ella no responde.
Se levanta hacia la ventana para encender un cigarrillo. No se atreva a mirar
a Camila. El sol no lo abriga, los autos
no avanzan, el semáforo no cambia y el humo de la nicotina sabe a nada. Le
duelen los huesos de la mano pero las cenizas del tabaco no lo queman. Se
piensa encerrado en una cárcel construida por su mente. Suda aunque el
ventilador gire, aunque el sol no caliente.
-Despierta-
Ve a Camila desde la distancia de su
cobardía. Los ojos de ella parpadean como dos faroles en la oscuridad. Igual a
las luces que no vio mientras manejaba. No logró frenar a tiempo. Camila no
llevaba el cinturón de seguridad, su cuerpo se estrelló contra el asfalto.
Horacio se salvó.
-¿Por qué yo? Ella tenía dieciocho
años. Ella merecía vivir, no yo- piensa
Camila resiste, casi sin fuerzas pero
resiste.
Horacio es el único que la escucha. Dolores llora sin pensar en
Camila porque piensa en su dolor y la
olvida. El problema no es que duerma, el problema es que no quiere despertar.
No puede cerrar las cortinas de la
habitación ni apagar la luz, ni si quiera tiene fuerzas para encender otro
cigarrillo. El reloj marca las cuatro. A Horacio le comienza a irritar los
gritos de Dolores, desea expulsarla, pero luego reflexiona, a Camila
no le importa. Escucha un respiro inconsciente.
-Despierta-
La enfermera se acerca, esta vez es una
mujer hermosa con ojos color miel y un escote con perfume de vainilla. En su pálido brazo derecho lleva la jeringa.
-Esto tranquilizara sus reflejos- dice
la enfermera luego inyecta la aguja en
el brazo izquierdo de Camila. El reloj marca las cuatro.
Aunque la muerte se vista de
enfermera, se esconda entre jeringas y
los gritos de Dolores, Horacio sabe que Camila respira; desea abrazarla pero
tiene miedo.
Pequeñas manchas amarillas rodean sus ojos,
alguien acaricia su mano. Horacio revisa el lugar pero encuentra la misma
imagen de siempre. Siente escalofríos. Camila mueve su dedo meñique.
Horacio tiene miedo, no quiere que sea
mañana, porque mañana el día de hoy muere y si el día muere, tal vez Camila
muera.
Horacio siente el golpe en la mandíbula.
Camina por la habitación como el león encerrado en la jaula. Una gotera roja le cae sobre la cabeza.
Camila no puede morir porque es Dios.
Todos somos dios en cierta forma y si dios muere el mundo de Horacio desaparece
- Cuarto del orto, ni una mugrienta
radio. Solo mis pensamientos- reflexiona Horacio.
El reloj marca las cuatro y la ciudad no
avanza.
-Despierta-
Dolores llora sin importarle el caer de
la gotera roja.
-Hay que esperar, el paciente esta
estable- dice el doctor al esconder las manos arrugadas en los bolsillos.
-¿Solo eso me dice doctor?- Grita
Horacio luego siente convulsiones en el cuerpo.
Desea tomar un café pero no quiere alejarse
de Camila. Dolores grita. El muchacho observa su pequeño universo y para su sorpresa, no encuentra un baño.
Es la primera vez que lo nota, aunque la vejiga no exige nada.
Ya no tiene miedo, abraza a Camila pero
es como tocar una sábana sucia, real
como el viejo colchón de una cama usada
por otros muertos. Impotente, Horacio llora pero no percibe la humedad de los
ojos sobre las mejillas. Alguien golpea su pie izquierdo aunque el dolor se
expande por todo el cuerpo. Se paraliza,
vomita agua y las gotas rojas que caían del techo, son ahora un diluvio que
cubre los pies de Camila. Dolores llora, el reloj marca las cuatro.
-Despierta-
El aguacero rojo destruye el cielo raso.
Quiere proteger a Camila pero no puede moverse. La corriente arrastra su cuerpo,
la habitación. Horacio grita desesperado porque su universo es arruinado por
ríos de realidad.
Es expulsado hacia el cielo infinito,
las nubes no lo detienen, el sol no lo protege, solo cae. Un fuerte golpe en la
espalda le anuncia el final del descenso, se levanta-no entiende como todavía
esta vivo- Los ojos no encuentran el asfalto, ni los edificios, ni los autos,
ni a las inmóviles personas; solo hallan
un espacio blanco, sin suelo, sin techo, sin edificios, sin sol, sin personas,
sin ciudades, todo es blanco. Vomita
agua.
El corazón de Horacio late como el
trote de cabellos liberados. La boca escupe miedos sin palabras junto a
los ojos que pierden la percepción. Cansado
de los golpes de su corazón, cae des espaldas sobre lo blanco. Tiembla.
-Camila ¿ Dónde estas carajo, donde
estas?- Grita Horacio luego descubre que sus ojos ven dos ojos conocidos.
Quiere cerrar sus pupilas y olvidar el
daño que sufre para entregarse a esa tranquila nada blanca, pero un golpe
eléctrico lo despierta.
-Despierta- grita Dolores.
Los
ojos de Horacio se abren en un cuarto luminoso con paredes amarillas. Camila lo
saluda sentada su lado. Ella no lo puede creer,
él no entiende. El reloj frente a
sus ojos marca las cuatro.
Dolores observa el despertar de Horacio
y cambia su llanto por una sonrisa tranquila. El sol brilla sobre las nubes que
bailan la misma canción de siempre. En la urbe se escuchan las bocinas de la
ciudad y el reloj marca las cuatro y cuarto. En
la televisión pasan una novela mejicana. A su derecha se encuentra el
baño. La mente no entiende pero no importa, se levanta de la cama y abraza a
Camila; huele su perfume, acaricia sus pequeñas mejillas para sentir las
diminutas lágrimas de ella sobre sus dedos.
-El
choque fue fuerte, casi te matas
Horacio, creí que nunca despertarías- dice Camila. El reloj marca las cuatro y
veinte.
9 de Octubre un Tal Lukas
No hay comentarios:
Publicar un comentario