viernes, 9 de octubre de 2015

El reloj marca las cuatro por Lukas




 El problema no es que duerma, el problema es que no quiere despertar.


La habitación pequeña coloreada por pinturas opacas, es iluminada por el sórdido  tubo fluorescente. Sobre la incomoda cama, los ojos de Camila parpadean con el temblor de sus manos inconscientes; el cuerpo confiesa reflejos esenciales. El reloj marca las  cuatro mientras la ventana muestra seres insomnes que esperan las luces verdes para avanzar. Las bocinas no se escuchan pero las personas tampoco gritan.
El ventilador gira sin permiso aunque Horacio siente el pesado sudor caer sobre la espalda. Ese no es su mundo.  A su derecha el rostro de Dolores es un océano verdoso que no acepta el invierno; solo repite despierta, despierta.
El reloj marca las cuatro. La enfermera obesa, con cabellera corta colorada, se acerca a Camila. -Estas drogas relajaran sus estímulos- susurra.
Horacio asiente con la cabeza.
-Despierta- grita Dolores.
Camila tiembla menos. Horacio se siente agotado pero no cierra los ojos, cree que ya está dormido. Quiere levantarse de aquella incomoda silla y acariciar las manos de Camila. No lo hace, tiene miedo.
¿Habrá alcanzado el sueño? Todo  flota en una eternidad inmóvil, Horacio no está seguro. Intenta hablar con Dolores, pero ella no responde.
Se levanta hacia la ventana para  encender un cigarrillo. No se atreva a mirar a Camila. El  sol no lo abriga, los autos no avanzan, el semáforo no cambia y el humo de la nicotina sabe a nada. Le duelen los huesos de la mano pero las cenizas del tabaco no lo queman. Se piensa encerrado en una cárcel construida por su mente. Suda aunque el ventilador gire, aunque el sol no caliente.  
-Despierta-
Ve a Camila desde la distancia de su cobardía. Los ojos de ella parpadean como dos faroles en la oscuridad. Igual a las luces que no vio mientras manejaba. No logró frenar a tiempo. Camila no llevaba el cinturón de seguridad, su cuerpo se estrelló contra el asfalto. Horacio se salvó.
-¿Por qué yo? Ella tenía dieciocho años. Ella merecía vivir, no yo- piensa
Camila resiste, casi sin fuerzas pero resiste.
Horacio es el único que la escucha. Dolores llora sin pensar en Camila porque  piensa en su dolor y la olvida. El problema no es que duerma, el problema es que no quiere despertar.
No puede cerrar las cortinas de la habitación ni apagar la luz, ni si quiera tiene fuerzas para encender otro cigarrillo. El reloj marca las cuatro. A Horacio le comienza a irritar los gritos  de Dolores,  desea expulsarla, pero luego reflexiona, a Camila no le importa. Escucha un respiro inconsciente.
-Despierta-
La enfermera se acerca, esta vez es una mujer hermosa con ojos color miel y un escote con perfume de vainilla.  En su pálido brazo derecho lleva la jeringa.
-Esto tranquilizara sus reflejos- dice la enfermera  luego inyecta la aguja en el brazo izquierdo de Camila. El reloj marca las cuatro.  
Aunque la muerte se vista de enfermera,  se esconda entre jeringas y los gritos de Dolores, Horacio sabe que Camila respira; desea abrazarla pero tiene miedo.
 Pequeñas manchas amarillas rodean sus ojos, alguien acaricia su mano. Horacio revisa el lugar pero encuentra la misma imagen de siempre. Siente escalofríos. Camila mueve su dedo meñique.
Horacio tiene miedo, no quiere que sea mañana, porque mañana el día de hoy muere y si el día muere, tal vez Camila muera.
Horacio siente el golpe en la mandíbula. Camina por la habitación como el león encerrado en la jaula. Una  gotera roja le cae sobre la cabeza.
Camila no puede morir porque es Dios. Todos somos dios en cierta forma y si dios muere el mundo de Horacio desaparece
- Cuarto del orto, ni una mugrienta radio. Solo mis pensamientos- reflexiona Horacio.
 El reloj marca las cuatro y la ciudad no avanza.
-Despierta-
Dolores llora sin importarle el caer de la gotera roja.
-Hay que esperar, el paciente esta estable- dice el doctor al esconder las manos arrugadas en los bolsillos.
-¿Solo eso me dice doctor?- Grita Horacio luego siente convulsiones en el cuerpo.
Desea tomar un café pero no quiere alejarse de Camila. Dolores grita. El muchacho observa su pequeño  universo y para su sorpresa, no encuentra un baño. Es la primera vez que lo nota, aunque la vejiga no exige nada.
Ya no tiene miedo, abraza a Camila pero es como tocar una  sábana sucia, real como  el viejo colchón de una cama usada por otros muertos. Impotente, Horacio llora pero no percibe la humedad de los ojos sobre las mejillas. Alguien golpea su pie izquierdo aunque el dolor se expande por todo el cuerpo.  Se paraliza, vomita agua y las gotas rojas que caían del techo, son ahora un diluvio que cubre los pies de Camila. Dolores llora, el reloj marca las cuatro.
-Despierta-
El aguacero rojo destruye el cielo raso. Quiere proteger a Camila pero no puede moverse. La corriente arrastra su cuerpo, la habitación. Horacio grita desesperado porque su universo es arruinado por ríos de realidad.
Es expulsado hacia el cielo infinito, las nubes no lo detienen, el sol no lo protege, solo cae. Un fuerte golpe en la espalda le anuncia el final del descenso, se levanta-no entiende como todavía esta vivo- Los ojos no encuentran el asfalto, ni los edificios, ni los autos, ni  a las inmóviles personas; solo hallan un espacio blanco, sin suelo, sin techo, sin edificios, sin sol, sin personas, sin ciudades, todo es  blanco. Vomita agua.
El corazón de Horacio late como el trote de cabellos liberados. La boca escupe miedos sin palabras junto a los  ojos que pierden la percepción. Cansado de los golpes de su corazón, cae des espaldas sobre lo blanco. Tiembla. 
-Camila ¿ Dónde estas carajo, donde estas?- Grita Horacio luego descubre que sus ojos ven dos ojos conocidos.
Quiere cerrar sus pupilas y olvidar el daño que sufre para entregarse a esa tranquila nada blanca, pero un golpe eléctrico lo despierta.
-Despierta- grita Dolores.
 Los ojos de Horacio se abren en un cuarto luminoso con paredes amarillas. Camila lo saluda sentada su lado. Ella no lo puede creer,  él no entiende. El  reloj frente a sus ojos marca las cuatro.
Dolores observa el despertar de Horacio y cambia su llanto por una sonrisa tranquila. El sol brilla sobre las nubes que bailan la misma canción de siempre. En la urbe se escuchan las bocinas de la ciudad y el reloj marca las cuatro y cuarto. En  la televisión pasan una novela mejicana. A su derecha se encuentra el baño. La mente no entiende pero no importa, se levanta de la cama y abraza a Camila; huele su perfume, acaricia sus pequeñas mejillas para sentir las diminutas lágrimas de ella sobre sus dedos.
 -El choque  fue fuerte, casi te matas Horacio, creí que nunca despertarías- dice Camila. El reloj marca las cuatro y veinte.   

9 de Octubre un Tal Lukas







No hay comentarios: