viernes, 10 de junio de 2016

Utopías en tiempos de ruido por Lukas




Los ojos de León parecen cerrados aunque en realidad miran la herida de su hombro. No le duele pero imagina cuanto tiempo la sangre caerá sobre su cuerpo. El capricho de su alma se materializa en aquella cicatriz que todavía no cesa. Hunde el dedo en la bala. Se marea pero no le importa. Con el dolor recuerda lo importante de permanecer en el mundo.
Piensa en la posibilidad de comprender otra realidad, de  creer que los sueños son posibles. Nada es tan complicado, pero es un hombre de pocas ideas.  Solo se sintió libre, cuando decidió robar el banco.  Él, contador de la Universidad Nacional de Córdoba, no sabe la razón por la que decidió escapar con  cinco bolsas de dinero en su Renault 12.

̶ Lo hice porque estaba aburrido.

Se dice a sí mismo aunque no encuentra consuelo en sus palabras arbitrarias. Con los billetes planea realizar la revolución, que su padre troskista, carente de ideas, nunca consiguió. Rodeado de bolsas de dinero, no adivina su universo.

̶ No se trata de mi situación, se trata de la situación.

 Comprende mientras abre las ventanas del departamento y se ve como el Robín Hood de la provincia sudaca donde vive. Cuando reparta los dólares del capital, la multitud  lo amará incondicionalmente. Las representaciones de su mente son las únicas verdaderas. No existe otro final en el cuento de su vida.

Los billetes caen sobre Avenida Colón pero a nadie le importa. En la ciudad hay demasiado ruido. Un policía gordito, algo rengo -abstraído en su pancho- descubre los papelitos hundidos en la mayonesa.
León escucha las botas subir por la escalera. Está furioso, se equivocó como su padre y descubre que el problema no eran los papelitos, ni las ideas, el gran conflicto de la humanidad es la situación.

̶ Todavía no es tarde.

Murmura mientras vierte una  botella de alcohol sobre los  bolsones de dinero para luego arrojar el cigarrillo de la victoria. Un fuego glorioso lo abriga. Destruyen la puerta la policía lo rodea. Antes de entregarse, mientras baila la cumbia de su vida,  grita:

̶ Solo nos queda bizarrearla.


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