Y porque está todo bien,
pero no está todo bien
¿bien para quién?
La hermana menor- avenida
de los Ginkos
Peina su bigote italiano luego descubre su arrugado rostro frente
al espejo y acaricia su luminosa calvicie.
Escucha el ronquido de su esposa mientras camina encorvado hacia la
cocina.
Calienta agua en la pava y
busca el paquete de yerba; lo huele, lo agita cinco veces para quitarle todo
ese oscuro polvo de duendes inquietos. Limpia la bombilla, busca su mate de
madera elaborado en el desierto de almas.
-Mirasierras murió desde que la lluvia terminó- piensa mientras
observa cómo los rayos de sol queman un
árbol seco.
Retira el agua del fuego antes de que hierva, antes de que sea
imposible seguir con vida. Se sorprende al ver a su mujer sobre la mesa con los
ojos todavía dormidos, con los fantasmas todavía sin desvanecer.
-Anoche me soñé observándome- comenta él cebando el primer mate
-Hoy es martes. Los martes va poca gente a la calesita- contesta
ella con sus ojos clavados en las marcas de humedad de la pared. Escucha el
volar de una mosca
-Fue un sueño extraño, hacia algo que nunca había realizado o
todavía no hice- Recuerda él.
Piensa en ese instante que se desvaneció con el sonar del
despertador.
-La situación está cada vez peor- replica ella.
Contempla el sol de invierno.
-No te preocupes- responde él. Piensa en sus sueños
Camina despacio hacia la plaza y cubre su rostro con una bufanda
tejida por los hilos del adiós.
Enciende la calesita, los caballos, las carretas, los autos giran
de manera circular, al compás de una dulce canción.
Una pareja de enamorados se abraza frente al viejo de bigotes
italianos. Él le jura cosas imposibles, en un lenguaje imposible al oído. Ella
responde con una sonrisa, con ojos enamorados, con mejillas coloradas.
A lo lejos, en el horizonte de un seco césped amarillo, un hombre
de ojos cansados, barba descuidada, con lágrimas secas sobre sus viejas
mejillas pálidas, con la pitada final de
un cigarrillo sobre su boca, los observa para luego confesar:
-el amor es una ausencia
que nunca se completa-
Se aleja del lugar, lanza su vieja colilla sobre el suelo. Un
viento afilado, desolado, intenta
derrumbarlo. El helado invierno lo deja solo en una ciudad con amores ajenos.
El vacío es insoportable, lee en el suelo. Acaricia el caer de una hoja
amarilla.
El hombre de ojos cansados se descubre en una avenida abandonada por la vida. Se detiene frente al
teatro viejo. Los ladrillos del edificio se caen y las puertas están cubiertas por maderas
húmedas. Deambula por las escaleras, se pierde en las sombras
del teatro abandonado.
El suelo se encuentra cubierto de polvo, de polillas muertas, de
cucarachas inquietas. Sus ojos, su alma, se acostumbran a la oscuridad. Un gato
negro se cruza entre sus piernas.
Las telas de araña le producen una tos seca, enciende un
cigarrillo. El fuego de los fósforos ilumina el hall. Rodeado de butacas los
pasos del hombre con ojos cansados, hacen gritar la madera, algunos restos de
pared caen sobre el suelo. Se sienta sobre la butaca negra ubicada en el centro del lugar.
Escucha el encendido de la cámara, la cinta rueda sobre la
pantalla amarilla. Se dibujan ciertas manchas negras en la imagen. En esa
proyección mira el horizonte del seco
césped amarillo, sobre el banco, un
hombre de ojos cansados, barba descuidada, con lágrimas secas sobre sus viejas
mejillas pálidas, con la pitada final de un cigarrillo sobre su boca, los
observa para luego confesar:
-el amor es una ausencia
que nunca se completa-
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