viernes, 17 de febrero de 2012

Inconsciente colectivo




La tormenta bautiza el seco suelo de la ciudad, en el horizonte, relámpagos ansiosos iluminan la oscuridad bifurcada en diversos colores violetas. Un torrente sin tregua lo moja todo dejando su aroma en el asfalto, en las paredes grises de un barrio escondido. Un rayo perdido quiebra una vieja rama, un auto se destroza, la energía se corta.
En un edificio viejo, un joven estudia los capítulos finales de una materia incomprendida, de un final que llegará mañana al amanecer. Sentado en la oscuridad se enfrenta a la horca de su destino. El calor lo marea, las letras inflan su cabeza, abre las ventanas, una brisa densa, húmeda lo rodea. Busca una vela inultamente, sin saber que en su pequeño cubículo no hay velas. En las tinieblas de su heladera encuentra el transpirar urgente de una lata de cerveza, tal vez si la bebe evite la muerte de una Brahma todavía fría. La lluvia no se detiene.
Desciende salvajemente por las escaleras recordando al hombre primitivo, australopitecos que cazaba su comida, que andaba descalzo sin sandalias, al buen caníbal que comprendía la poesía asesinar un mamut. Todo instinto libre razón surge del urbano ejercicio de bajar catorce pisos de un edificio sin electricidad.
Sus brazos se mueven dibujando círculos extraños en el aire, sus pies saltan, su barba crece diez centímetros, la suelas de su zapato se destrozan al llegar a planta baja. Se sienta sobre un suelo cubierto de cables, de sueños, de hojas, de esperanzas, de ramas, de solidaridades, de vidrios, de amores rotos. Ni Marx se hubiera imaginado este final para el mundo occidental, piensa.
Entre el lodo de una maceta quebrada, una rosa roja con espinas blancas crece, la toma con su puño, abrazando, oliendo el perfume de su alma. Una muchacha de ojos tristes se cruza en su andar. Hola. Hola, responde él. Parece que la lluvia no para, comenta ella moviendo sus grandes labios rosados, humedeciendo su cabello rizado. No che, ni un poquito, responde él perdiéndose en profundidad una gota diminuta ¿Tenés un cigarrillo para convidarme? Pregunta la muchacha con cierta curiosidad mágica. El joven palpea sus bolsillos buscando su etiqueta Marlboro, solo queda un beso de nicotina junto a un encendedor bic negro. Ese no es como los que yo fumo, es distinto, ¿Qué habrá pasado?, se interroga intentando encontrar una respuesta imposible, olvidada. Se lo ofrece a esa mujer que está comenzando a amar. Gracias, responde ella. No hay de que, retruca él. Entonces de manera inesperada, como toda circunstancia extraordinaria, el milagro sucede: El tabaco explota sobre el rostro de la dama, su rostro palidece, sus delgadas manos tiemblan. Las mejillas de él se inflan, una carcajada animal se escapa de sus labios. Jorge y la concha de la lora, grita entre risas ahogadas, una cachetada se dibuja sobre su rostro. Espera no fui yo, intenta explicar pero no puede detener el sonido de su garganta. Esa princesa hermosa que tanto deseo amar, se pierde en la miseria de una ciudad donde la lluvia nunca deja de caer del suelo cielo gris formado por nubes grises. Ahora él, ella aunque a lo lejos hace ya tiempo, descubren recuerdan aquel inconsciente colectivo cultivado sobres mentes, criado en la idea de que esta es la mejor de las realidades posibles, de que esta es la única respuesta. Los ojos de ambos se iluminan, ahora saben que algo está por cambiar en la aparente rutina de una sociedad sin conciencia. Ella vaga bajo la lluvia, intentando recordar, el amor, la libertad, la terrible soledad de andar vacio. El huele su rosa de barro, recordando que las revoluciones internas tienen perfume de mujer, caminando hacia la farmacia, necesita parches para la nicotina.


Un Tal Lukas en las visperas de carnaval, 17 de frebreo del 2012, todo esta por comenzar

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